Convencidos,
como estamos, de que la marcha nórdica es el deporte de la salud,
por excelencia, que pone en marcha la casi totalidad de grupos
musculares y articulaciones de nuestro cuerpo, de forma racional,
equilibrada y completa (siempre que se utilice una buena técnica,
por supuesto), nos toca hoy hablar de la parte que en este todo le
corresponde a nuestros pies.
Dice
nuestro diccionario (que todos deberíamos consultar con más
asiduidad y reverencia), en dos de sus 29 acepciones simples para la
voz “pie”, que es la extremidad de cada uno de los dos miembros
inferiores del cuerpo humano y la base o parte en que se apoya algo.
Este prodigio de ingeniería, formado por 26 huesos, más sus
correspondientes articulaciones, tendones, bolsas, ligamentos,
conductos circulatorios y nervios, soporta durante miles de veces
cada día el peso (a veces “sobre” peso) de nuestro cuerpo,
incrementado por la inercia o potencial de nuestros desplazamientos,
desnudo o “enclaustrado” en envolturas más o menos protectoras
(calzado y calcetines). Imagen.
El
movimiento correcto y completo del pie nos permite la
prolongación en el tiempo de su vida sana y activa. Las
deformidades y dolores provocados por la ausencia frecuente de esta
práctica, son bien conocidas por todos, y muy especialmente por los
que las sufren. Pero, además, ese movimiento correcto y completo,
va a contribuir de forma importante a activar la circulación de
retorno de sangre y linfa, mejorando la circulación general y, con
ella, la oxigenación general de nuestro organismo (cerebro
incluido). Es esencial, por todo ello, que conozcamos y procuremos
este ejercicio al que la marcha nórdica contribuye de forma
extraordinaria.
Durante
la caminata nórdica, el pie toma contacto con el suelo por el talón
(calcáneo) para abatirse inmediatamente sobre el suelo, apoyándose
sobre éste de forma progresiva, a lo largo del quinto metatarsiano,
que forma el borde externo del arco plantar, pasando por el resto de
las terminaciones distales de los demás metatarsianos y las
articulaciones de los dedos, hasta abandonar el suelo por la falange
distal del dedo gordo.
Durante
dicho movimiento, correcto y completo, el pie soporta el peso de
nuestro cuerpo (más inercias y potenciales) y contribuye a su
desplazamiento (impulso o retención):
- durante la toma de contacto, recibiendo parte del peso de nuestro cuerpo (todavía gravitando mayoritariamente sobre el pie retrasado, o de impulso) con la pierna normalmente hiper-extendida, lo que le priva del efecto amortiguador de las flexiones articulares de cadera, rodilla y tobillo,
- durante la fase de carga, en la que la totalidad de nuestro peso corporal (+) recae sobre el borde de apoyo del arco plantar,
- durante la fase de impulso, en la que el pie se va liberando gradualmente de peso, al adelantar el centro de gravedad, para permitirle el impulso del cuerpo hacia adelante, “empujando el suelo hacia atrás” mediante la acción progresiva y coordinada de los músculos flexores plantares y de los dedos.
Durante
todo este proceso, que normalmente denominamos “trabajo activo
del pie”, éste realiza labores de soporte, equilibrio e
impulso (o retención, en pendiente de bajada superior al 30% o con
terreno irregular), a las que pueden contribuir de forma fundamental
zapatillas y bastones.
Las
zapatillas son un elemento clave para el marchador que debe
poner especial atención a la hora de seleccionarlas. La zapatilla
del marchador debe apoyar la acción de soporte, equilibrio e impulso
del pie, proporcionándole estabilidad, comodidad y libertad, para
favorecer el movimiento articular de todo el pie. La elección de
una buena zapatilla es personal y, yo diría, que todo un arte:
- la zapatilla ha de tener una buena amortiguación en el talón, par absorber el impacto inicial de la toma de contacto, con la pierna hiper-extendida,
- la suela debe proporcionar estabilidad, sin convexidades longitudinales ni transversales, para mejorar las condiciones de equilibrio, y proporcionar la protección necesaria de las irregularidades y obstáculos del terreno, al tiempo que su flexibilidad permita que todas las articulaciones del pie se vayan adaptando a dichas iregulariadades, favoreciendo así el movimiento y “masaje” continuo de todas sus articulaciones,
- el tamaño debe asegurar suficiente sujeción del pie para su protección, al tiempo que permite el movimiento de todas sus articulaciones, dedos incluídos.
Resumiendo:
amortiguación en el talón, estabilidad, flexibilidad, protección
y sensibilidad en la suela, sujeción y espacio para el movimiento
… como veis, muchos de estos conceptos parecen (en realidad lo son)
opuestos. Por eso digo que la elección de las zapatillas es un
arte, personal y nada fácil, pero fundamental para que podamos
disfrutar de nuestra práctica, y para que ésta dé sus mejores
resultados, tanto en términos de salud como de eficacia de nuestro
movimiento.
Las
zapatillas deben ser adecuadas al tipo de terreno por el que nos
vamos a mover. Normalmente, las actuales zapatillas de trail ofrecen
unas características suficientemente adecuadas para asfalto y monte,
si no queremos gastarnos más dinero en distintos tipos de
zapatillas, aunque yo siempre aconsejo tener en uso, al menos, dos
pares distintos, para poder alternar y evitar el daño que unas
zapatillas, por buenas que sean, nos pueden causar al “machacar”
continuamente una misma posición. Yo utilizo normalmente las
Sauconi Xodus ISO 2 (o 3), y a veces las Fuji Trabuco GTX, cuando
llueve o voy por terrenos más difíciles. Pero como he dicho, cada
uno debe probar y elegir las suyas … y cambiarlas antes de que la
suela llegue a provocarnos caídas o lesiones.
Una
zapatilla bien elegida no es nada sin un buen calcetín. Siempre
recomiendo los de montaña, que ofrecen máximo confort y
amortiguación en talón, metatarso y dedos, más transpirabilidad,
secado rápido, etc. Son más caros, pero a la postre, ahorras.
En
cuanto a los bastones, no voy a hablar aquí de cuáles utilizar (ya
sabéis que yo siempre recomiendo los de senderismo, Forclaz 500
Antishock, por motivos de seguridad, sobre todo en montaña), sino de
la importancia de utilizarlos con una técnica correcta.
El
clavar al tiempo que el talón del pie contrario cae al suelo es
fundamental para aliviar el “traumatismo” de la toma del contacto
con la pierna hiper-extendida. El agarrar fuerte para clavar añade
estabilidad e impulso, seguridad en definitiva, desde el mismo inicio
del paso. La prolongación del impulso sobre la dragonera por detrás
de la cadera, supone el mantenimiento de un mayor equilibrio a lo
largo de todo el paso, así como la contribución constante al
impulso del pie, favoreciendo su trabajo activo. Una técnica
incompleta de utilización de los bastones, seguramente se traducirá
en un trabajo activo menos completo del pie, disminuyendo los
beneficios que se siguen del mismo.
En
estos tiempos de vuelta a la actividad tras el confinamiento, el
abuso en la utilización de chinelas y chanclas se pone de
manifiesto, entre otras cosas, en molestias plantares y articulares
de nuestros pies (pantuflitis, la llamo yo). Cumple, por tanto,
poner atención en un buen trabajo activo del pie, para que recupere
lo antes posible su salud, que es la nuestra.
De
manera que, saquemos los bastones del paragüero, recuperemos nuestra
mejor técnica, y disfrutemos de nuevo de este maravilloso deporte.