Toda mi vida he pensado que el ejercicio físico es más necesario que conveniente y por eso he practicado deporte continuamente. Creo que he practicado deportes de todo tipo, pero siempre he mantenido lo que yo llamo un deporte asiduo o de continuidad que me permitiera asegurar una práctica mínima, independientemente de la disponibilidad de otros compañeros de actividad. Así, aparte de practicar tenis, baloncesto, wind surfing o esgrima, he estado más de 45 años corriendo una media de 3 o 4 días a la semana.
Creo que no recuerdo ningún período de esos 9 lustros en los que no haya tenido algún tipo de lesión que me obligase utilizar analgésicos o antiinflamatorios para aliviar los consiguientes dolores o molestias. Por lo visto, esto es lo habitual entre la gente que hace deporte, que considera que el entrenamiento y la competición tienen que llevar anejo cierta cantidad de “sufrimiento” para que se consideren dignos de tales nombres.
Mientras que la carrera campo a través ha sido mi deporte de continuidad, he sufrido también caídas accidentales, que he considerado “gajes del oficio” y he sufrido con resignación. Un tropezón con caída y heridas o esguinces cada uno o dos años entraba dentro de lo que yo veía como “normal”.
Sin embargo, creo que debido a la pérdida de equilibrio y reflejos propios de la edad, se fue incrementando la frecuencia de estas caídas, así como la gravedad de las consecuencias, que a veces me suponían largos parones de una actividad deportiva que para mí era imprescindible, tanto física como psíquicamente. Así, hace 12 años, cuando la frecuencia de este tipo de accidentes llegó a hacerse mensual, comprendí que tenía que cambiar mis carreras por otro tipo de actividad física.
En aquella época yo ya combinaba la marcha nórdica con el running, pero fue entonces cuando decidí que mi deporte de continuidad, a partir de ese momento, sería el nordic walking. Y no pude tomar una decisión más acertada.
Desde hace doce años no he vuelto a tener una caída ni una lesión haciendo deporte. Se me han olvidado los dolores hasta un extremo que a veces me parece imposible que me haya tirado toda una vida sufriéndolos.
En todo este tiempo, tan sólo en dos ocasiones he vuelto a saber lo que son los dolores articulares. La primera fue en el primer campeonato regional de marcha nórdica, cuando sólo un continuo autocontrol y la ventaja sobre el siguiente competidor me permitió regular durante los últimos kilómetros y, junto con la oportuna actuación de los fisios en la línea de meta, conseguimos que lo que amenazaba con convertirse en una lesión seria, se quedara en sólo una molestia de un par de meses. La segunda fue consecuencia de las malas decisiones de nuestras autoridades durante la pandemia, que me privaron de mi práctica habitual (¡individual!) de este completo deporte, con funestas consecuencias para mis rodillas. Ninguna de las dos se repetirá. ¡Palabra!
La marcha nórdica, practicada de forma individual, habitual y racional, sin competiciones ni salidas en grupo, es el seguro de salud más eficaz que existe. Yo la llamo Marcha Nórdica Triple Cero (cero lesiones, cero dolores, cero pastillas). Y es que el aumento de la base de sustentación, gracias al uso correcto y continuo de los bastones, asegura un incremento notable del equilibrio al tiempo que disminuye carga y percusiones sobre las articulaciones de los miembros inferiores y de la columna vertebral (las principales fuentes de dolor con la edad), mientras que el coordinado y excelente reparto del esfuerzo, moviliza todos los músculos y articulaciones del cuerpo, permitiendo un ejercicio prolongado que favorece la oxigenación y la producción de analgésicos naturales y estimulantes por parte de nuestro organismo.
Tan solo tienes que sacar los bastones del paragüero para unirte a esta revolución.