Este año se cumplen 10 desde que
agarré mi primer par de bastones para andar por esos montes de Dios. Desde entonces, han sido muchas y grandes las
satisfacciones que me han dado y no pocos los cambios vividos en nuestra
relación. Sería un verdadero desagradecido
si no dedicase ahora unos minutos a reflexionar sobre lo acaecido, no sólo en
mi experiencia personal como usuario, sino en mi también dilatada experiencia
como enseñante de la técnica de su manejo y observador de tantas y tantas
relaciones, tan similares a la mía, y al mismo tiempo tan distintas, aunque,
justo es reconocerlo, todas, hasta dónde yo sé, igualmente gratificantes.
Aunque en un principio comencé a
utilizar los bastones de forma totalmente autodidacta, la realidad es que un
simple ejercicio de racionalidad aplicado a su uso me llevó a desarrollar una
técnica que, muy poco después, descubrí que era (como no podría ser de otra
manera) lo que algunos (pocos todavía por aquél entonces) llamaban marcha
nórdica. Utilizaré, por tanto, con toda
tranquilidad, el término marcha nórdica (MN) para esta reflexión, en su sentido
más amplio y generalmente aceptado de uso racional de los bastones para sacar mayor
rendimiento y mejores beneficios del movimiento natural de nuestras
extremidades durante la marcha.
Para estructurar lógicamente
estas reflexiones, estableceré una serie de etapas en la evolución de la relación
de la persona con el deporte, que llamaré sucesivamente descubrimiento,
iniciación, práctica, disfrute y competición.
Al descubrimiento de la MN
se llega por muy distintas motivaciones, según cada sujeto.
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Para mí, y algunos más, fue la necesidad de suplementar
la capacidad de mis piernas con vistas a un esfuerzo prolongado por terreno
montañoso.
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Para otros, muchos, es la necesidad de ayuda para
continuar haciendo ejercicio tras una lesión en las extremidades inferiores,
muchas veces motivada por una sobrecarga de las mismas, en cantidad o
intensidad.
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Algunos descubren la MN en un genuino afán por acercarse a un
ejercicio completo y equilibrado (que Dios los bendiga).
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No pocos llegan a la MN por “prescripcion facultativa”, enviados por
profesionales de la medicina que conocen las bondades de este deporte por
experiencia propia, o por estudios y artículos o, simplemente, porque lo han
probado todo con estos pacientes y, desesperados, piensan que “mal no les puede
hacer”.
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Otros descubren la MN por casualidad. Porque un conocido les animó a acompañarlos a
un curso de un “nuevo deporte del que hablan muy bien” y, como ese día no
tenían nada mejor que hacer, pues fueron.
Sea como sea, el descubrimiento de la MN trae casi siempre aparejada
una reacción de “positivo asombro”. Algo
parecido a “¿cómo es posible que no haya descubierto antes algo tan simple y
tan bueno?”.
El descubrimiento de la MN se produce a través de
diversos medios, prensa, Internet, actividades programadas por clubes deportivos,...pero
sin duda, la principal fuente de descubrimiento de la marcha nórdica, es el
boca a boca, pero sobre todo, un tipo de boca a boca especialmente apreciado en
el marketing moderno: el evangelismo. Cuando un practicante de MN le habla a un
profano de las bondades de su deporte, normalmente lo hace con un
convencimiento de su bondad tal que su obra es similar a la de un evangelista
(cree, practica, predica).
En algunas ocasiones he hecho
presentaciones sobre la MN. Sólo en aquellos casos en
los que hay que convencer a una amplia audiencia para que se pongan las
zapatillas y acudan a una sesión de iniciación, recomendaría una presentación,
normalmente basada en videos convincentes, que los hay, con una oportunidad de
preguntas por parte de los asistentes que, en mi experiencia, siempre ha sido
altamente provechosa. En todo caso,
estas presentaciones deben ir seguidas, a la mayor brevedad, de un curso de
iniciación que afiance las primeras impresiones positivas de la audiencia.
El verdadero descubrimiento, el
que de verdad hace adeptos, es en realidad un buen curso de iniciación, con un buen
instructor. Pero, ¿a qué llamo yo un
buen instructor? La principal cualidad
de un buen instructor (los conocimientos de la técnica y la preparación
pedagógica, se le suponen) es, para mí, la ilusión. El convencimiento de que lo que enseña va a suponer
un cambio positivo para sus alumnos.
Naturalmente, la proximidad emocional con ellos (empatía, como la llaman
ahora), la paciencia y la experiencia, también son necesarias, junto a
conocimientos básicos de anatomía y educación física.
El curso de iniciación no debe ir
más allá de una sesión de cuatro horas (una mañana o una tarde), suficiente
para que los alumnos adquieran la técnica básica diagonal necesaria para que
empiecen a disfrutar de sus bastones y a apreciar la potencialidad del
descubrimiento que acaban de hacer. En
esta sesión, aparte de la técnica, es necesario dotar a los alumnos de los
conocimientos teórico-prácticos que les permitan auto-evolucionar para
perfeccionar esa técnica (si así lo desean), y presentarles todas las
posibilidades de este deporte, en los diversos entornos urbanos y naturales,
incluida la competición.
El alumno debe acabar el curso
ansioso por iniciar la práctica del deporte que acaba de conocer, del que ya
empieza a enamorarse. Para ello, es
necesario poner a su disposición, desde el mismo momento del curso, el único
equipo que pueden tener dificultad para adquirir: los bastones.
Un buen par de bastones de MN, fiables, ajustables…y económicos, con los
que puedan empezar a practicar inmediatamente.
La dilación entre iniciación y práctica, lleva indefectiblemente al
abandono de esta actividad.
La práctica de la MN,
como de cualquier otra actividad, requiere un esfuerzo de habituación. La
MN es una actividad personal, como correr, nadar o montar en
bici. No es un deporte de equipo, con
todo lo bueno (sólo depende de nosotros, lo podemos adaptar a nuestras
disponibilidades de tiempo y a las expectativas o sensaciones de cada sesión) y
lo malo que ello conlleva (falta de “tiron” del grupo). Sin embargo, como en los otros deportes
mencionados, la MN
es una actividad ideal para socializar mientras se practica. De la idiosincrasia y personalidad de cada
practicante dependerá el que prefiera (o le convenga) salir solo o en grupo,
aunque esto último no siempre es fácil y nunca debemos tener una dependencia
tal de un grupo que nos lleve a no practicar cuando el grupo falla.
La práctica debe ser
habitual. Convencido de los beneficios
de esta actividad, el practicante le debe asignar un alto grado de prioridad
entre sus rutinas habituales. No hay un
tiempo tipo aconsejable de práctica, o un mínimo de sesiones semanales. Una hora es mejor que media; tres veces por
semana, mejor que dos; pero algo, siempre es mejor que nada.
La práctica, para que se
convierta en algo habitual, tiene que ser divertida. El practicante de MN tiene que disfrutar de sus bastones, siempre, en
cada ocasión. Tiene, por tanto, que
adaptar la práctica a su estado anímico y físico. Habrá días en los que haremos un simple
paseo, y otros en los que no daremos una paliza; lo que el cuerpo nos
pida. Hay que escuchar siempre los
mensajes que nuestro cuerpo nos manda y prestar mucha atención a sus “luces
rojas” (cansancio y dolor) para no pasarnos jamás.
Habrá ocasiones en las que nos
apetezca perfeccionar nuestra técnica, y esforzarnos en ello, recordando las
enseñanzas de nuestro instructor o consultándolo de nuevo (es muy interesante
que los instructores mantengan contacto con sus alumnos, por medio de salidas
periódicas, un blog, o cualquier otro medio).
La música siempre será una eficaz
compañera. Nos distraerá, nos marcará
diferentes ritmos, no animará a seguir.
Yo nunca salgo sin mis auriculares enganchados a un MP3 o a la radio de
mi teléfono, con una buena emisora de música variada. La música nos ayudará a disfrutar de nuestros
bastones y así, nuestra práctica será una agradable necesidad habitual,
plenamente positiva.
Y este practicante habitual, que
disfruta plenamente de sus bastones en cada ocasión, y que lamenta el día que
no puede salir con ellos, aunque sea media hora, llegará un momento en el que
habrá adquirido (auto-adquirido) una buena técnica de MN. La música, con sus cambios constantes, le
habrá ayudado a salir de ese ritmo monótono habitual que todos tenemos, y su
curiosidad le habrá llevado a experimentar con distintas longitudes de
bastones, ligeras variaciones del punto de apoyo… y, un día, probablemente
sentirá curiosidad por la competición.
Dicen algunas escuelas que la MN es una actividad no
competitiva. Se equivocan. El ser humano es competitivo. Está en sus genes, y la competición es uno de
los motores de la evolución y del progreso.
Sin embargo, la competición suele tener repercusiones negativas sobre
nuestro organismo, y tenemos que ser conscientes de ello. Cuando competimos tendemos a ignorar las
luces rojas que he mencionado antes, incluso las disimulamos con fármacos u
otros remedios. La competición ayuda,
anima a practicar, pero no debemos perder de vista que lo bueno, lo que nos
interesa de verdad, es practicar, disfrutar.
Compitamos, pues, pero con cabeza, o perderemos todos los beneficios que
la MN nos puede
reportar.
Y
estas son mis reflexiones, agradecidas, debidas por la posibilidad ayudar a
otros que están en esta evolución. Y
como dice José Agustín Goytisolo a su hija, en las emotivas Letras para Julia, “perdóname,
no sé decirte nada más, pero tú comprende que yo aún estoy en el camino. Y siempre siempre acuérdate de lo que un día
yo escribí, pensando en ti, como ahora pienso.”
…y recuerda, hay que sacar los
bastones del paragüero. Si miras en el
fondo y está mojado, no es el agua de los paraguas, sino las lágrimas de los
bastones por tu abandono...(con lo de Goytisolo me he venido arriba).