Y es que todos, siempre, caemos en la tentación de que lo anterior no tiene por qué pasarnos a nosotros. O sea, que nadie escarmienta en cabeza ajena, desoyendo a gente tan sabia como Jorge Manrique, que ya nos advirtió, hace siglos: “No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio, pues que nada ha de pasar en tal manera”.
Como reza el saludo cartujo, “morir, habemos” (con su respuesta “ya lo sabemos”), pero no se trata hoy de abundar en lo inevitable y bien sabido, sino en algo que se puede intentar evitar y que, desgraciadamente, sólo solemos constatar cuando ya llegamos tarde para ponerle solución. Se trata en este caso de mirar a nuestro alrededor, a los que nos precedieron en estos errores y tratar, por una vez, de escarmentar en cabeza ajena, como única forma de tratar de evitarnos males mayores.
Me refiero a la extraña manía que todos tenemos (o hemos tenido) de machacarnos con competiciones, ultras y otras barbaridades que solo soportamos, a medida que cumplimos años, a base de dolores, ibuprofenos y otras drogas que., como todas, tienen sus efectos secundarios, añadidoa al daño que insensatamente nos ocasionamos con este tipo de actividades.
Como dije en una entrada anterior, la evolución humana ha tenido, entre otras consecuencias negativas, el abuso de carga sobre las extremidades inferiores y la columna vertebral. Con el aumento de la esperanza de vida, es raro quién llega a una determinada edad sin padecer dolores de articulaciones (rodillas, caderas, columna) que suelen llegar a ser imposibilitantes, requiriendo arriesgadas, y a veces inútiles, intervenciones quirúrgicas.
También decía en la referida entrada que la marcha nórdica se nos presenta como una ayuda para disminuir (quién sabe si evitar) estos problemas, siempre que reaccionemos a tiempo y dejemos de repetir las referidas barbaridades y optemos por este benéfico, completo y accesible deporte, antes de que el daño deje de poderse prevenir.
Más, cumple, para ello, prestar oído al consejo de gente sensata que nos han precedido y, escarmentando en cabeza ajena, adquirir conciencia de que nuestras trabajadas articulaciones tienen fecha de caducidad, y conviene utilizarlas con cabeza para prolongar su vida útil e indolora, y no desperdiciarlas innecesaria e irracionalmente.
Practiquemos, pues, un deporte racional y completo, que no machaque nuestras frágiles articulaciones. Hagamos deporte sin hacernos daño. El dolor no es bueno para nada. Alejaos de quienes os digan que el dolor es necesario. Seguramente ellos todavía no lo han sentido en toda su crudeza y, ademas, se creen que nunca lo van a sufrir. ¡Que Dios les ayude!