Aunque
el título de la entrada de hoy pueda parecer un tanto fuera de lugar
en este blog, en realidad no lo está tanto si tenemos en cuenta que
la mayoría de los que practicamos regularmente el noble ejercicio
nórdico somos pensionistas, o aspirantes a serlo en un futuro más o
menos cercano. Y es que, a pesar de los muchos y loables intentos
fracasados (entre ellos los míos) de traer a este deporte
practicantes por debajo de los 40, las listas de inscritos para las
competiciones siguen demostrando que éstos siguen siendo “rara
avis” que apenas llega a un 5% del total, estando las medias de
edad por encima de los 55 años. Y eso hablando de competiciones, a
las que no acuden, ni de cerca, la mayoría de los prácticantes
habituales que, por la estadística de mis cursos de iniciación, y a
falta de datos más generales y contrastados, se mueve también en el
entorno de “pensionistas y aspirantes”.
Por
otra parte, resulta más que apropiada la reflexión en este grupo
humano que, desde antiguo y en las civilizaciones más variadas, ha
constituido un referente de buen gobierno y consejo para la
intendencia de los asuntos de la comunidad. Y es que lo mucho vivido
deja un poso que, en tanto no se te va la cabeza del todo, puede
suponer una fuente de buen juicio, sentido común, del que nuestra
sociedad anda, desgraciadamente, tan dolorosamente falta.
Aclarados
estos puntos, mis reflexiones de hoy no girarán entorno al sistema
estatal de pensiones (suponiendo que algo así realmente exista), a
sus probabilidades de supervivencia en el futuro más o menos
próximo, ni a la preocupación que todo esto debería generar entre
nuestros políticos, si realmente les preocupase solucionar problemas
reales de nuestra sociedad, más allá de la redondez de su ombligo
(me refiero al suyo personal y al de sus respectivos partidos). No.
No gasto tiempo en reflexionar sobre asuntos que yo no puedo arreglar
(por eso no estoy en política y me limito a intentar ayudar a
arreglar asuntos más “a mano”). Mis reflexiones de esta entrada
versan sobre asuntos mucho más mundados, tales como salud, dolores y
esas cosas que ocupan el día a día de nuestro “añero”
colectivo, y que nosotros bien podemos intentar arreglar, dentro de
nuestros medios y capacidades, por supuesto.
Y es
que, como dice mi amigo Juan, que en esto del “pensionismo” me
lleva un decenio, “el día que me despierte y no
me duela nada, seguro que me he muerto”.
¡Tan normal se nos hace la
presencia del dolor en nuestras vidas con el paso de los años! Pero
esto no tiene por qué ser necesariamente así. No lo es en mi caso,
y yo soy de los que les gusta no creerse una excepción.
Diego,
otro amigo pensionista que disfruta reflexionando en voz alta sobre
asuntos de enjundia, que yo escucho encantado, convencido como
estoy de su buen juicio y
lógica, dice que el ser humano está “calculado” para una vida
media de 40 años, y que solo los avances tecnológicos, de
producción y procesamiento de alimentos, médicos y farmacológicos,
han conseguido aumentar la esperanza de vida por encima de los 80
años. Cuando surge el tema
de la contaminación y el de
la sobre utilización de
productos químicos y tecnología, el siempre dice “si en
los últimos cien años hemos doblado la esperanza de vida ¡será
que no estamos haciendo las cosas tan mal!” Yo
ya he pasado 25 años de los 40 para los que, según Diego, me
diseñaron y, mirando a mi alrededor, me sorprende ver los problemas
de salud de la gente de mi edad o, mejor dicho, me sorprende que yo
no tenga todos esos dolores que a ellos torturan. Y
pienso yo “¿Será por mis dos horitas diarias de ejercicio
nórdico?” Oye, pues igual sí … porque en casi todo lo demás,
mi vida es bastante parecida a la suya.
Pero
sigo mirando a mi alrededor. Luis
y Faustino son dos compañeros de correrías montaraces que me llevan
15 años en “pensionismo”, caminatas … y salud. Los
dos han sido de los
primeros alumnos de mis cursos de iniciación a la marcha nórdica y
me los suelo encontrar en el
monte, en mis salidas diarias, y siempre que les pregunto cómo les
va, me contestan lo mismo: “aquí, envejeciendo lo más
dignamente posible”, mientras
siguen su marcha.
¡Cuánta sabiduría! Ellos lo han entendido perfectamente.
Estaremos aquí hasta que Dios quiera, y cómo Dios quiera, pero la
máxima de “a Dios rogando y con el mazo dando” es totalmente
cierta y de necesaria aplicación si queremos, como Luis y Faustino,
envejecer dignamente y minimizando tanto como sea posible nuestra
dosis de dolores y
pérdida de movilidad articular, propia de la edad.
Mi
contribución “reflexiva” a todas estas de mis amigos es en
realidad una consecuencia de todas ellas: “lo
que hoy no muevas por molestias o pereza, seguramente mañana no lo
podrás mover, aunque quieras, y además te dolerá”.
El
ejercicio nórdico pone en movimiento la mayoría de articulaciones y
grupos musculares de nuestro organismo, en una sincronía completa y
equilibrada, contribuyendo
a mantener nuestro cuerpo y nuestro cerebro tonificados y oxigenados.
Un buen calentamiento antes del ejercicio, y unos buenos
estiramientos tras el mismo, incidiendo más en las zonas en las que
percibamos alguna molestia, por tenue que sea, serán el complemento
ideal para obtener los mejores resultados. Si a todo eso añadimos
una vida sin demasiados excesos y una alimentación sana y variada,
siempre será lo que Dios quiera, … pero nosotros habremos puesto
de nuestra parte todo lo posible.
Así que, ya sabes, aplícate el cuento, saca los bastones del
paragüero y tírate a la calle, a gastar zapatillas, con buena
músiquita. Todo lo que gastes en zapatillas, lo ahorrarás en
médicos, medicinas … y dolores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si estás registrado en este blog, tus comentarios son más que bienvenidos. La moderación de comentarios, por mi parte, se limita a evitar los que falten al respeto mínimo debido a otras personas, y nunca a censurar opiniones contrarias a las mías.