Pienso que quien escribe, siempre lo hace con la esperanza de que
alguien le lea, y que disfrute con esa lectura. Yo me cuento entre
ellos. Sin embargo, cuando inicié este blog, dedicado a un terreno
tan poco explorado como el de la marcha nórdica, me propuse, además,
compartir mis experiencias con todos aquellos que tienen la
curiosidad o el interés suficiente por este asunto para acudir a
estas páginas y leer mi pobre prosa. Y lo hago desde la perspectiva
de alguien que piensa que lo que él siente y experimenta, es
extrapolable a muchos otros y que, por tanto, podría resultar de
ayuda para aquellos que sientan o experimenten sensaciones parecidas.
En
esa esperanza, de que lo que escribo pueda servir a alguien, no solo
he escrito en este blog sobre los aspectos positivos de la marcha
nórdica, que son muchos y evidentes. También (y esto es algo que
tendemos a ocultar de forma erróneamente un tanto vergonzante) me
obligo a hablar sobre los aspectos negativos de este deporte
(lesiones, excesos, vicios, …) en la inteligencia de que, buscando
la utilidad de lo que escribo, pueda haber alguien que “escarmiente
en cabeza ajena” o que, cuanto menos, compruebe que no es sólo él
quién incurre en estos aspectos negativos y los sufre.
Sirva
todo esto a modo de prólogo a una experiencia, negativa, vivida a
raíz del confinamiento del que estamos saliendo, que paso a relatar
a continuación.
Durante
mi confinamiento, procuré mantener el nivel de actividad física
anterior, en volumen e intensidad, aunque sin el benefactor apoyo de
los bastones, incluyendo escaleras (vivo en una vivienda unifamiliar
de tres plantas), y con la nefasta y obligada reducción de la
amplitud de mis pasos.
Cuando
nos dejaron salir de nuevo a hacer deporte individual al exterior
(algo que nunca comprendí por qué nos prohibieron), y volví a
sacar los bastones del paragüero, mi forma física era,
aparentemente, la misma que antes del confinamiento, así que
rápidamente volví a hacer los mismos volúmenes e intensidades de
antes.
Aparentemente.
Pero fue una falsa sensación, animada por la euforia de recuperar
mi ejercicio con mis bastones. En primer lugar, la citada reducción
en la amplitud de la zancada me había producido una ligera
metatarsalgia en el pie izquierdo, que yo creí que desaparecería al
recuperar la andadura normal. Y pensé que extremando el gesto del
trabajo activo del pie, aceleraría de alguna manera la desaparición
del problema.
Mi
primer error fue no dar a la metatarsalgia la importancia que tiene.
Mi segundo error fue pensar que con un gesto extremo, por muy natural
que parezca, fuera a conseguir algo positivo. La exageración en los
gestos sólo puede llevar a nuevos males. Y, efectivamente, tras
unos días forzando la zancada para lograr una mayor adaptabilidad
del pie dolorido al terreno, no sólo no mejoró el problema plantar,
sino que , además, desarrollé una tendinitis en el ligamento
lateral interno de la rodilla izquierda.
Siempre
he dicho, y lo mantengo, que una de las muchas bondades de la marcha
nórdica es que te ves venir las lesiones desde lejos, y eso te ayuda
a abortarlas antes de que se produzcan. Hasta ahí, bien. Mi
tercer error es que yo siempre he hablado de dos luces de aviso a las
que hay que estar atento: dolor y el cansancio. Ninguna de ella me
aviso en esta ocasión. Y es que, como he venido a comprobar de la
forma dura hay, al menos, una tercera luz de aviso que yo desconocía,
que describo a continuación a modo de “advertencia a navegantes y
embarcaciones pesqueras”, por si alguien puede aportar más luz
sobre el asunto, confirmando o desmintiendo lo que digo.
Aunque
en ningún momento previo a la aparición de la tendinitis observé
dolor en la zona, sí que llevaba unos cuantos días experimentando
lo que yo llamo “rigidez post-esfuerzo”. Esa sensación de
“bloqueo” que observas cuando, tras una competición o un
esfuerzo extraordinario, te sientas en tu coche (bien), conduces
hasta tu casa (bien), y cuando llegas y te vas a bajar (mal) sientes
como si te hubiesen escayolado las piernas. Esa sensación, muchas
veces experimentada, se pasa a las pocas horas, o al día siguiente y
no deja secuelas. Pero si el esfuerzo extraordinario se repite a lo
largo de varios días, como ha sido en este caso, puede que sí que
deje alguna secuela, como la tendinitis de mi rodilla.
Haciendo
memoria, en el 2007, cuando hice el GR11, pasando el Pirineo de costa
a costa en 37 días, tuve un problema similar, que también me
produjo una tendinitis por sobre esfuerzo repetido que, además,
acabó extendiéndose a la otra rodilla, sobrecargada para aliviar la
dañada. También en aquella ocasión recuerdo la sensación de
rigidez post-esfuerzo que experimentaba al final de cada etapa y que,
tras ducha, masaje, cena y descanso, desaparecía como por arte de
magia a la hora de iniciar la nueva etapa, a la mañana siguiente …
hasta que apareció la tendinitis.
He
intentado buscar en la red algo relacionado con el bloqueo articular
o muscular tras esfuerzo extraordinario, pero no he debido utilizar
las cadenas de búsqueda adecuadas, porque no he encontrado nada.
Apenas una referencia de pasada a una proteina, la creatin-kinasa,
que se produce sobre todo en los esfuerzos prolongados de contracción
excentrica (por ejemplo, en bajadas prolongadas), que parece producir
estos efectos de rigidez muscular en las extremidades inferiores. Si
alguien sabe de esto, o puede aportar referencia, como comentarios a
esta entrada o directamente a mi correo electrónico, le estaré más
que agradecido.
En
cualquier caso, la solución del problema durante la travesía del
GR11, descartado el aborto de la aventura tras un día de descanso y
buenos cuidados en la Casa de Piedra de Baños de Panticosa (nunca
podré mostrar todo el afecto y agradecimiento que siento por los
modélicos refugios de montaña del Pirineo Aragonés, y la gente que
los lleva), consistió en bajar la intensidad de las caminatas, unas
buenas rodilleras, buen calentamiento, estiramientos y masajes con
una crema a base de árnica.
Exactamente
como ahora, ya que pararme no es una opción: sé, con toda
seguridad, que a continuación vendrían otros problemas físicos,
añadidos, debidos a la inactividad (en dos días que paré al
detectar la tendinitis, desarrollé, además, una tortícolis, para
la que sí que me tuve que medicar). De manera que sigo saliendo
todos los días, pero he reducido la distancia a 7-8 km, y la
intensidad, a unos 120 pasos por minuto, calentando mejor que antes,
utilizando mallas de compresión para las rodillas, e intensificando
estiramientos y masajes tras el ejercicio. La rigidez tras el
esfuerzo a desaparecido. La tendinitis sigue ahí (es persistente,
como la sequía), pero va remitiendo lentamente. Cuando desaparezca,
trataré de recuperar mi volumen e intensidad anterior … pero sin
comerme mucho la cabeza. Una cosa que tengo clara es que lo
principal es seguir disfrutando de mi marcha nórdica,
independientemente de cuánto y cómo.
Y
para la metatarsalgia, encontré en la red buenos vídeos para su
tratamiento, y también voy mejorando … poco a poco, que con la
edad todos estos procesos se ralentizan … aunque también se va
desarrollando más paciencia … y si no, peor par tí.
Lo
dicho, espero que todo esto tenga algún interés para alguien. Si
no, perdón por la barrila … saca los bastones del paragüero y
disfruta con ellos, que es de lo que se trata.
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