domingo, 11 de junio de 2017

Diez años del nacimiento de un nordimarchador.

El día doce se cumplen diez años del inicio de una de las más bonitas aventuras que he vivido en mi vida. Durante 36 jornadas seguidas anduvimos mi mochila, mis bastones y yo por los más bonitos parajes que se pueden imaginar, a lo largo de lo más alto de todo el Pirineo.  Mi encuentro con los bastones y el descubrimiento de la marcha nórdica es una de las consecuencias de este suceso, por lo que me parece justificado, y de justicia, reponer en este blog una breve crónica sobre el mismo, publicada en mayo del 2008 en la revista de la federación madrileña de montañismo, a la que por aquellas fechas pertenecía. Espero que la disfrutéis, aunque sólo sea una pequeña parte de lo que yo he gozado recordándola.

"Los Pirineos son impresionantes para un chico que los descubre a los 18 años. Creo que fue en ese preciso momento cuando comenzó a germinar en mi mente la idea de recorrerlos en su totalidad. Más tarde, a mediados de los 80, durante un curso en Estados Unidos, visité la Appalachian Trail y fue como un reactivo para resucitar aquella idea de 12 años atrás. Así que, cuando más tarde empecé a oír hablar del GR 11, la idea original fue transformándose en la firme decisión de intentarlo a la primera oportunidad.

El sendero de Gran Recorrido (GR) 11, también conocido como la “Senda Transpirenaica”, es un itinerario de casi 800 km que recorre los Pirineos, de este a oeste, desde el cabo Higuer, en el Guipúzcoa, hasta el cabo de Creus, en Gerona. No es un camino, sino una ruta que discurre por pistas, caminos, sendas, cordales o, simplemente, monte a través, marcada por los característicos trazos blancos y rojos, que no siempre aparecen cuando los necesitas, subiendo unos 40.000 metros de desnivel acumulado, y bajando otros tantos. Para hacernos una idea, es algo así como subir y bajar el Everest 5 veces seguidas, desde el nivel del mar, aunque en el caso del GR 11 nunca se pase de los 3.000 metros de cota.


Y, esa oportunidad llegó a finales de 2006, cuando mis obligaciones laborales y familiares me permitieron disponer del tiempo que necesitan los sueños para convertirse en realidad. Así, en noviembre de dicho año comencé un programa de entrenamiento, imprescindible para convertir un andarín ocasional en otro preparado para recorrer el GR 11 de una tirada, incrementando la distancia y las diferencias de nivel recorridas en mis sesiones de entrenamiento, aumentando progresivamente su frecuencia semanal, y la carga de equipo transportado, hasta llegar a hacer más de 115 km por semana, con plena carga, durante los dos últimos meses.

La preparación tuvo lugar, principalmente, en los alrededores de Aranjuez, en los montes de Cartagena y en la sierra de Madrid. Durante la misma tuve la oportunidad de documentar varias rutas (colgadas en andarines.com junto con una relación detallada de la travesía), descubriendo paisajes encantadores, que nunca sospeché tan cercanos y reavivando en mí una verdadera afición por el senderismo, la montaña y la naturaleza, mantenida durante muchos años en la trastienda de deberes más perentorios. Las montañas de Cartagena siguen dándome alegrías y descubriéndome rincones mágicos; son un lugar muy adecuado para la preparación de empresas mayores, en el que es fácil realizar recorridos diarios, variados, en los que se superan los 1500 metros de desnivel acumulado, con el aliciente de un refrescante baño en una cala solitaria. Los alrededores de Aranjuez no dan para mucho, en términos montañeros, aunque también incluyan rincones mágicos, por lo que tuve que redescubrir la sierra de Madrid, un privilegio para los que viven cerca de la capital.

Al mismo tiempo, empecé a preparar el equipo, que cambió mucho a lo largo de los meses y, sobre todo, durante las últimas semanas previas a la travesía. Al final conseguí reducirlo a unos 17,5 kg, de los que 13,5 iban en la mochila.

Otra cuestión a contestar durante la preparación fue la relativa al número de etapas en las que dividir el recorrido. Se trataba de resolver una ecuación de dos incógnitas: recorrido diario y peso a transportar, siendo la primera una incógnita compleja en la que el desnivel acumulado (de subida y de bajada) e incluso la pendiente, tenían más peso específico que la propia distancia reducida a recorrer. Al final, al prescindir de la tienda de campaña, conseguí reducir las 45 etapas calculadas inicialmente a 39, que acabarían siendo 36 en mi afán por llegar al Cabo de Creus.

Las fechas de la travesía fueron el tercer problema a resolver durante la preparación del viaje. Llegué a la conclusión de que la mejor época sería de mitad junio a mitad de julio… y acerté: poca lluvia y poco calor, con la nieve suficientemente blanda para no necesitar equipo especial. Sólo tuve un par de tormentas, ambas observadas desde el interior de un confortable y seguro refugio, gracias a mi previsión de empezar a andar cada día a las 7.00, evitando así el peligroso calor del comienzo de la tarde en las partes centrales, las más altas, de cada etapa.

El esfuerzo requerido fue mayor de lo que había supuesto, pero la ilusión, la adecuada preparación y, sobre todo, la convicción de que lo recorrido es más duro que lo que queda por recorrer, me llevaron a completar la travesía. Algo tuvieron que ver los estiramientos, masajes, cremas y rodilleras con los que a diario mimaba mis castigadas piernas, con su medio siglo bien cumplido.

Lo mejor de la GR11 fue la gente que me encontré. Los Lord (Elvira y Jack), una deliciosa pareja inglesa con la que compartí cenas e ilusiones. Olaf, el super andarín, coronel retirado (¡70 increíbles años!) de la desaparecida RDA, que iba de Creus a ¡Finisterre! El grupo de Castellón con el que sufrí y disfruté la subida al collado de Tebarrai y la bajada a Panticosa. El guarda de la Casa de Piedra, que tanto me animó (y tan bien me alimentó) en mis horas más bajas. La pareja de israelíes con la que compartí el refugio y la paz de Angliós. Mariana, mi amable casera de Estaón. El club de pescadores que tan generosamente me integró y alimentó en L’Illa. El dueño del hotel Ter, en Setcases, que espero que haya vuelto a salir con sus perros a cazar el jabalí. Los chicos del legado d’en Rodri, que rehabilitan y cuidan en refugio de Talaixá. Los dos británicos que me reconfortaron con pastís y agradable conversación en Sant Aniol….y tantos otros. Gracias a todos, por todo.

Desde luego, también por los paisajes habría merecido la pena el esfuerzo. Del embrujo de Iratí a la magia de Els Encantats, pasando por la indescriptible belleza de los Lagos Azules, los ibones de Anayet, Ordesa, Añisclo, o los estanys de Ratera, sin olvidar la profusión de iglesias y ermitas románicas del tramo final, en Gerona. Sólo el Pirineo puede dar tanto y tan variado en tan corto recorrido.

De la comida no puedo hablar, por falta de espacio, pero también por esto merece la pena ir al Pirineo. Gracias a cuantos se esforzaron, noche tras noche, por alimentarme y recuperarme para la jornada siguiente. Nadie en el mundo lo habría hecho mejor.

Claro que también hubo etapas duras. Aunque ninguna fue fácil, las subidas a Tebarrai, Ballibierna y la portella de Baiau, junto con las bajadas a Panticosa y a Pineta, fueron los tramos más exigentes, aunque, curiosamente, también están entre los más hermosos y entrañables. Quizá por eso los he escogido para un selecto retorno, ahora con algunos compañeros, la última semana de este mes de junio.

Las moscas, los mosquitos y las hormigas rojas, incluso las mariposas ¡a millares! también contribuyeron a la dureza de la travesía. Pero, sin moscas, sin lluvia, sin calor … y con escaleras mecánicas, la montaña parecería un centro comercial ¿no?

Os animo a todos a intentarlo. Creo que la GR11, aparte de las satisfacciones que reporta al andarín, al pasar por Euskadi, Navarra, Aragón, Andorra y Cataluña, también contribuye de alguna forma a la vertebración de España, cosa que nunca está de más. Aunque os volvieseis a los cinco días, habría merecido la pena. Pero os puedo asegurar que con una buena preparación y la dosis necesaria de ilusión, lo completaréis…y nunca lo olvidaréis.

La tarjeta de la Federación resultó de gran ayuda a la hora de rebajar el coste total de la travesía, que no llegó a los 2000€, y puede ser mucho menos si optáis por vivaquear y cocinar, aunque en este caso es posible que necesitéis algunos días más, al acortar los recorridos diarios debido al mayor peso a transportar y a la necesidad de secar la tienda cada mañana, antes de recogerla.

En la página principal de andarines.com encontrareis información sobre equipo, detalles y consejos que yo eché de menos durante mi preparación de la GR11 y que espero sean de utilidad para los interesados. También incluyo una selección de fotografías para terminar de animar a los que todavía duden. Y si aún os quedan preguntas, escribidme a piripon@hotmail.com. Toda mi corta experiencia está a vuestra entera disposición.

Aranjuez, a 27 de mayo de 2008

... bueno, y si no os animáis a hacerlo, al menos sacad los bastones del paragüero un ratico, que eso no exige tanta preparación.


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