martes, 25 de julio de 2017

IN (LOVING) MEMORIAM

Inglesa de nacimiento, escocesa de adopción y española hasta la médula, de cuna y sentimiento, Elvira Yolanda Lord era, por encima de todo, una bellísima persona y una inagotable amante de los Pirineos.

Allí la conocí hace diez años, una tarde de junio, en la puerta de la iglesia de Isaba, en el valle del Roncal, cuando salía de una misa de difunto que bien me valió para mi cumplimiento dominical. Con su inseparable y atento marido, Jack, que le dio el bien merecidísimo apellido de "Lord" a esta entrañable señora de los montes.

A partir de allí, compartimos refugio, mesa y mantel, al final de varias jornadas de la travesia del GR 11 que habíamos iniciado prácticamente en paralelo, en el Cabo Higer, unos días antes. A pesar de no andar juntos (ellos vivaqueaban en tienda de campaña que tenían que secar antes de iniciar el camino), compartimos tanto aquellos días, que allí nació una amistad que ha durado a lo largo de estos diez años que la vida, siempre más celosa con los mejores, nos ha permitido disfrutar juntos.

En varias ocasiones volvimos a quedar en lo más alto. A veces intentado superar aquella “espinita” de nuestro primer fracaso en Tebarrai, que ella tenía muy clavada y que no descansó hasta superar, a pesar de tener que viajar ya con toda la farmacopea que su enfermedad obligaba, y de que Jack, con su gran, pero delicado corazón, ya no debía acarrear toda la impedimenta que siempre compartían (en una proporción de peso de 80/20, les bromeaba yo siempre, a pesar de que el volumen y la apariencia externa de sus mochilas siempre eran cuidadosamente idénticos).

Recuerdo con especial cariño la semana que estuvieron con Eugenia y conmigo en nuestra casa de Aranjuez, con todas las excursiones que hicimos, sobre todo a mi querida Sierra de Guadarrama, que yo tenía especial empeño en que conocieran porque sabía que ambos la disfrutarían como nadie. Es ciertamente reconfortante, en momentos de pérdida como este, saber que has contribuido a proporcionar al ser querido ausente un retazo de felicidad, una experiencia sencilla, pero especial, que sin tu colaboración, difícilmente habría conocido.

Elvira ha sido una gran dama de los Pirineos, una difusora incansable de la lengua y la cultura española, una amante de la naturaleza y del medio ambiente, que llevaba su respeto y amor por el entorno hasta el más pequeño detalle. Esposa, madre y abuela dedicada, muy pendiente de los suyos. Y una amiga muy especial. Ponía en todo, todo el corazón y por eso sé que ha vivido plenamente.

Como me cuenta Jack en su carta, murió el 7 de julio en Dundee, rodeada de su familia. Según sus deseos, su cuerpo ha sido aceptado por la escuela de medicina de la Universidad de Sant Andrews. Una muestra más de su generosidad y filantropía.

Me duele Jack. Elvira está ya con todos los que quiere, los de allá y los de acá, disfrutando de todos con esa alegría que nunca perdía; repasando esos minuciosos cuadernos en los que apuntaba hasta la mas pequeña vivencia y sensación. Jack se ha quedado con un sillín vacío en ese tándem que pasearon por toda Europa. Pero estoy seguro de que Elvira sigue ahí, sentada con Jack, acompañándole en el pedaleo; leyéndole desde sus cuadernos; mirándole y animándole desde la mirada y la alegría de sus hijos y nietos. Y un día, cuando Dios quiera, los tres volveremos a caminar juntos, por esos montes, comentando lo vivido.

Siento no haber podido compartir más con ellos. El siempre pendiente viaje a Escocia, que tantas veces insistieron en que hiciéramos. Siento que no hayamos disfrutado juntos de más ocasiones en la montaña que otros compromisos me obligaron a posponer. Pero me siento absolutamente feliz y orgulloso de los intensos momentos compartidos, que siempre irán conmigo, hasta que volvamos a reunirnos por esas cumbres que sé positivamente que hay por encima de nuestras queridas montañas.

Quisiera decir mucho más, pero el nudo de mi garganta no me deja. Repasando en mi poemario de montaña he encontrado esta pequeña composición que escribí justo diez años antes de que Elvira hiciera su última ascensión. Una pequeña oración que hoy le cedo a Jack con todo mi cariño, para ayudarle a caminar.


Tic, toc
Subida al Coll de Les Cases, Andorra, día de San Fermín, 2007

Tic, toc, tic, toc,…
Como cada mañana, me acompaña la monótona letanía del rítmico golpeteo de mis bastones sobre el camino, endurecido por el sudor y los pasos de los que me precedieron.

Tic, toc, tic, toc,…Padre Nuestro,
Como cada mañana, rezo, converso con el Hombre que siempre va conmigo…

Tic, toc, tic, toc,…quita el dolor del mundo,

Tic, toc, tic, toc,…y ayúdanos a caminar,

Tic, toc, tic, toc,…pero, hágase tu voluntad, y que siempre la aceptemos, aunque no siempre entendamos tus divino calcular.

Tic, toc, tic, toc,…ayuda a mis hijos a encontrar su sitio en la vida; los compañeros de viaje con los que se complementen y sean felices; y los trabajos en los que se sientan útiles y a gusto,

Tic, toc, tic, toc,…gracias por todo, pero, sobre todo, por esta mujer. Ayúdanos a querernos siempre, allá dónde estemos,


y gracias, también, por tanto que me das; por el rosal de montaña, las cerezas de Cardós y esta piedra, a la sombra, donde descanso, mientras escribo esta pequeña oración, al recordado compás de mis queridos bastones. 

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