domingo, 2 de julio de 2017

EL PARAGÜERO: PARAGUAS, BASTONES Y ACTIVIDAD FÍSICA

Hoy he acudido a mi paragüero por una razón diferente de la que me lleva a él todos los días. Hoy, por uno de esos caprichos de la meteorología, he tenido que devolver a su sitio un paraguas que ayer saqué para resguardarme de un extraño, pero siempre bienvenido, chaparrón que cayó sobre esta sedienta tierra mía. Y, me he parado un momento, mientras plegaba el paraguas, a observar el matrimonio de conveniencia entre paraguas y bastones y, como siempre, me he puesto a pensar… ¿será este el sitio adecuado para mis bastones? ¿Es esta coincidencia en el espacio una casualidad, o más bien una comunidad de destino?

La tranquilidad de esta mañana de domingo canicular me ha invitado a estas reflexiones y me ha traído hasta el ordenador, dónde ahora escribo este pequeño “castigo” para los que todavía tienen el valor y la paciencia de leer mi blog. Le he echado al paragüero la foto de la derecha, por responder a las “inquietudes” que algunos me habéis manifestado en nuestros encuentros con bastones por esos mundos de Dios. No deja de asombrarme la “fama” que esta humilde y, por lo común, descuidada pieza de obligado mobiliario, ha adquirido entre mis colegas nordimarchadores. Por eso creo de rigor, por respeto a ella y a vosotros, rendirle hoy este pequeño homenaje.

La proximidad de este mueble a la puerta de salida hacia nuestro “campo de entrenamiento”, la calle, podría ser causa primera y justificación suficiente para su elección como depósito temporal (¡no se os olvide!) de nuestros bastones de marcha nórdica. Pero yo creo que no es éste el único motivo, ni que sea casual este “hermanamiento” entre paraguas y bastones. De hecho, la definición de la RAE ya reza: “Mueble dispuesto para colocar los paraguas y los bastones”. Y no sólo porque ambos sirvan, en algún momento de nuestras vidas, de apoyo en nuestro caminar, que ya de por sí sería una coincidencia importante, sino porque, además, de la misma forma que los paraguas nos protegen de un fenómeno tan natural como la lluvia, los bastones nos protegen de otro no menos natural, como el paso de los años y sus efectos sobre nuestras capacidades y actividad física.

A lo largo de casi medio siglo, mi ejercicio físico cotidiano ha estado centrado en la carrera continua. A pesar de los muchos deportes que he practicado a lo largo de mi vida, correr ha sido el ejercicio de continuidad que me ha permitido mantenerme en unas condiciones aceptables. Hasta hace cinco años, lloviese o tronase, con frío o calor, de día o de noche, mis tres sesiones mínimas semanales de media hora o más corriendo han sido casi una religión que, por cierto, creo que ha rendido un excelente servicio a mi estado de salud actual.

Pero, ¡amigo! Los años pasan… las facultades físicas merman. La mente sigue teniendo veinte años; el corazón está entrenado y sigue yendo a por todas, pero nuestras articulaciones cumplen cada año uno más. Nos empeñamos en seguir compitiendo contra nosotros mismos, tanto en volumen como en intensidad, sin pensar que ese “uno mismo” contra el que competimos es el uno mismo de antaño, no el de ahora.

Si, en lugar de colgarnos pulsómetros, medidores de consumo de calorías y otra quincalla, nos preocupásemos un poquito más de conocer nuestro cuerpo, de prestar atención a las señales que continuamente nos manda (dolor, cansancio, sensaciones), y de no enmascararlas (vendajes compresivos, antiinflamatorios, analgésicos), posiblemente seríamos capaces de razonar y racionalizar nuestro ejercicio y las pruebas a las que en cada momento de nuestra existencia sometemos a nuestro maltratado cuerpo que, no lo olvidemos, es uno solo para toda la vida.

Cuando uno corre habitualmente, y más si corre por todo tipo de terrenos, uno tropieza, y a veces se cae. Esto es natural y le pasa a todos, creo yo. Pero hace cinco años, pasé de tropezar y caerme una vez cada dos años, a caerme corriendo cada dos meses. Y es que, al envejecimiento de las articulaciones, hay que añadir el de los reflejos. Y los tiempos de cicatrización y recuperación son cada vez más largos y complicados. Y si a esto le unimos la mayor incidencia de esguinces, tendinitis y otras lesiones típicas de corredores, podréis entender que yo decidiese buscar una alternativa a mi “deporte base”.

Gracias a Dios, yo llevaba ya en aquellos tiempos unos buenos cinco años practicando marcha nórdica, de manera que decidí dejar de correr y fiar toda mi preparación física a este maravilloso deporte. Y, ¡oh, maravilla de las maravillas! Mira por dónde, se acabaron las caídas… y los esguinces, y las tendinitis, y los dolores articulares,… Mi vida cambió para mejor, en un momento en el que todo el mundo te previene del empeoramiento natural que viene con los años. Y es que, cuando una puerta se cierra, siempre se abre otra; cumple estar atento a las señales que la vida nos envía y ser capaz de renunciar y adaptarnos a nuestras nuevas capacidades … para seguir disfrutando.

Y todo eso gracias a la protección de esos bastones que comparten espacio natural con esos otros elementos protectores de fenómenos naturales: los paraguas. Luego, parece que el sitio no está mal elegido, ¿verdad? Quizá deberíamos, simplemente, cambiarle el nombre, algo así como “depósito-temporal-de-elementos-protectores-contra-fenómenos-naturales”, o DTDEPCFN, … pero tanto el nombre como la sigla son complicados; paragüero es un nombre bonito, de castellanas resonancias, con esa elegante diéresis que inevitablemente acabará siendo víctima de la globalización. Un objeto que, simplemente, ha visto enriquecido su histórico oficio con el de acoger unos nuevos elementos, los bastones de marcha nórdica, que comparten con paraguas y bastones clásicos el noble fin de ayudarnos a protegernos contra fenómenos naturales o, más simplemente, a mejorar nuestras vidas.


Pero no olvidéis que el paragüero es un depósito temporal. Para que su contenido mejore nuestras vidas, hay que sacarlo a pasear, todos los días (me refiero a los bastones de marcha nórdica… los paraguas, sólo cuando sea necesario).

1 comentario:

  1. Bonita entrada al blog, Piri. Yo no tenía paragüero. Dejaba mis bastones en la entrada de mi casa, apoyados en un pequeño recodo. Pero ante la última adquisición (ya tengo cuatro bastones en casa) estoy pensando en comprarme uno, para depositarlos temporalmente, eso sí. Desde luego, estoy contigo, siempre hay alternativas para moverse y superar las dificultades. Benditos bastones y bendita Marcha Nórdica.

    Por cierto, mi marido ya ha recibido su primera clase, ha estrenado sus bastones y le ha encantado. Ya te contaré los progresos. Como avance, me comentó al terminar que se hace ejercicio de verdad, un poco sorprendido. Esperaba que fueran un apoyo, pero no que le obligaran a trabajar, jeje.

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