Hace unos días participé, por pura curiosidad insana, en una de las múltiples sesiones de “tecnificación” que anuncian las federaciones y entidades deportivas. En este caso se trataba de una sesión de tecnificación de un deporte que, como la marcha nórdica, realmente requiere de una buena formación técnica para que cumpla con las exigentes expectativas que su práctica habitual promete, tanto en el plano físico saludable como en el de eficiencia en el desplazamiento. Como sospechaba, la denominación de la sesión no era más que un nombre atractivo, grandilocuente, que nada tenía que ver con lo que allí sucedió.
El motivo de la entrada de hoy no es otro que volver a llamar la atención de posibles usuarios sobre estas sesiones de entrenamiento, mantenimiento o formación de cualquier tipo, bajo cualquier nombre, advirtiendo del peligro de someterse a la dirección deportiva de personas de formación incierta y/o dudoso sentido común.
El primero de los condicionantes, el de la formación, es importante, sin lugar a dudas, y todos conocemos casos de personas que se arrogan títulos o formación que no poseen, pero incluso con este requisito bien logrado y documentado, este aspecto no es ni la mitad de importante que el segundo, el del sentido común del responsable/formador. Creo que todos hemos sufrido en nuestras carnes alguna triste experiencia de la mano de un titulado universitario que, por falta de este, el menos común de los sentidos, nos ha causados daños, a veces irreparables.
La falta de preparación y experiencia, puede llevar a un preparador físico a utilizar sistemas de entrenamiento o métodos que no son adecuados a la la edad, forma física o grado de formación técnica de su clientela. Esto puede resultar (y de hecho lo he comprobado repetidamente, por desgracia) en lesiones que, en el caso de la marcha nórdica, dada la media de edad de sus practicantes habituales, pueden ser de difícil o incluso imposible recuperación.
No se trata de un asunto baladí. Los entrenadores deportivos miden su éxito por el número de participantes que consiguen inscribir en las competiciones, o por el número de clientes que hacen podio, pero rara vez reconocen cuántos de aquellos han resultado lesionados por someterse a entrenamientos o competiciones para las que no estaban adecuadamente preparados, o por cuantos se quedan en el camino del podio, lesionados o decepcionados, perdidos en definitiva para la práctica de un deporte sano que podría haber supuesto un verdadero cambio en su calidad de vida.
Mi consejo es que os fijéis bien en dónde depositáis vuestra confianza (y vuestra salud) a la hora acudir a estos “profesionales del deporte”. Buscad gente preparada, pero, sobre todo, no confiéis en nadie que no demuestre sensatez y sentido común. Desconfiad de aquellos que meten en el mismo saco a niños, deportistas y gente mayor, y de los que exigen un esfuerzo igual a todos ellos. Estad muy atentos a que no os hagan daño y, si tenéis la mas mínima duda, dejad estas sesiones y guiaros por vuestras propias sensaciones y sensatez.
Nuestro cuerpo tiene recursos para advertirnos de que estamos haciendo algo mal, o demasiado acelerado. Prestad atención al cansancio y al dolor, dos luces de aviso que no debemos enmascarar con analgésicos y geles, y que suelen dar mucho mejor resultado que cualquier aparato electrónico de los que nos venden por ahí.
Así que, cuidado. Sacad vuestros bastones del paragüero y salid por ahí a practicar un deporte sano y lúdico, pero cuidaos de insensatos vendedores de humo, y de poner innecesariamente al límite vuestras capacidades. La salud no debe doler.
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