Rara vez hablo en este blog de asuntos que no estén directamente relacionados con la marcha nórdica, pero no puedo evitar el hacerlo hoy, tras los acontecimientos de ayer y la reacción de los medios y las redes sociales ante todo ello.
Que Rafa Nadal es un portento, un marciano, como dice L'Equipe en su portada, creo que todos los sabíamos. Y no sólo jugando al tenis, sino como deportista absoluto y, lo que es más, como ser humano y buena persona. Ayer se mereció ganar, una vez más, y toda España se alegró de ello y los medios y las redes sociales se hacen eco hoy de todo ello. Rafa es uno de esos seres extraordinarios que nacen cada mil años para que el resto de los humanos no sintamos orgullosos de serlo, a pesar de todo lo demás.
Rafa habría sido igual de extraordinario si hubiese perdido el Open de Australia ayer, en un ajustado tie break, tras empatar el quinto set. Al menos para mí. No sé si los medios, y los hispanos en general, habrían reaccionado de la misma forma.
Cambiando ligeramente de escenario, durante las últimas semanas, los amantes del deporte hemos vivido pendientes de un grupo de Hispanos (así, con mayúscula) que han dado una lección de superación, capacidad de sacrificio y espíritu de equipo extraordinarios, consiguiendo la medalla de plata en el campeonato europeo de balonmano.
El europeo de balonmano, para los que no estén muy familiarizados con este deporte, es práctiamente un mundial. Los mejores equipos del mundo están en nuestro continente. De todas formas, los Hispanos ya saben lo que es ganar campeonatos mundiales. Baste decir que en el último cuarto de siglo llevan ganadas la friolera de 17 medallas entre mundiales, europeos y olimpiadas, y eso que estos torneos sólo se celebran cada dos o cuatro años. ¡Buen porcentaje!
En el mundo del deporte, los hispanos ha colocado a España en "to el miajón", como diría un extremeño, ganándose el respeto y la admiración de todos los aficionados del mundo a este deporte. No sólo hacia los componentes de la selección, sino hacia España, que ha conseguido mantener en primera línea mundial la calidad de su representación nacional, a trravés de generaciones. Eso es una verdadera proeza nacional, reconocida por todo el mundo (con la posible excepción de los españoles), y una muestra de un "bien hacer" del que todos deberíamos sentirnos orgullosos. Yo lo estoy, a más no poder.
Los Hispanos han hecho un campeonato de Europa, una vez más, absolutamente ejemplar, superando situaciones adversas, con segundas partes memorables y espectaculares, con un juego generoso y extraordinario, y siempre dando muestra de la mejor entrega y deportividad. Pero, en la final, contra Suecia (a la que ya habían derrotado en la fase previa), en los últimos segundos, con el partido empatado, hubo un golpe franco no pitado cuando España tenía el balón para ganar el partido y, en el último segundo, fueron sancionados con un penalty riguroso que los suecos transformaron.
Ningún Hispano lloró por el oro perdido. El Grupo (como a ellos les gusta que los reconozcan, por encima de cualquier individualidad, que las hay extraordinarias) había llegado al campeonato con bajas importantes por lesiones, y el coronavirus también les pasó factura, pero no lloraron por el oro no conseguido. Celebraron su medalla de plata (¡el metal número 17 de los últimos 25 años!), felicitaron a los campeones, y expresaron su fe en la continuidad del Grupo, alimentado por las nuevas generaciones que la "madre" creada en toda España está proveyendo.
Los medios de comunicación nacionales y las redes sociales casi no han hablado de todo esto. La mala fortuna de los últimos segundos y el merecidísimo triunfo de Rafa privó a loa Hispanos de ver justamente reconocida su bien ganada gloria.
Creo que los hispanos (así, con minuúscula) somos injustos. El ganar un partido no debería ser la diferencia entre el ser o no ser. Deberíamos ir más al fondo de las cosas.
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