miércoles, 3 de junio de 2020

Racionalidad vs.instinto


Primavera de 1975, veintidós cadetes de la Academia de Caballería trotan en columna de a dos por la cañada de Zaratán, en Valladolid. El profesor de equitación que dirige la práctica manda alto, en linea a la izquierda, paso, trote, galope … ¡a la carga!  ¡Locura, descontrol,  el huracán de la Caballería en estado puro!  Unos minutos después, cadetes y caballos exhaustos, adrenalina a espuertas ... y dos caballeros al hospital.

Hasta un siglo antes, acciones similares se realizaban frente al enemigo, en situaciones bélicas reales, quizá demasiado frecuentes, bajo el fuego granizado del enemigo. Tanto en estas reales, como en la descrita en el párrafo anterior de instrucción, recreación histórica, o como queramos llamarla, la decisión racional de la carga acababa con la propia orden. A partir de ahí, todo quedaba en manos del instinto: de competición, de los caballos, por llegar antes que el de al lado, y de supervivencia de los jinetes, por sobrevivir a la vorágine desatada. La valentía, osadía, sentido del deber o sacrificio, terminaba en la decisión racional y la orden de cargar. Todo lo que sucedía después era puro instinto, de competición y supervivencia, hasta que el agotamiento de las cabalgaduras y la superación del peligro inminente permitía a los jinetes recuperar el aliento, el control, y la racionalidad.

De forma similar, cada vez que nos decidimos a competir, de alguna manera perdemos la racionalidad a partir de esa decisión. Todo lo que queda después es ese instinto animal de competición, de llegar antes que el otro, aunque casi nunca sepamos bien por qué, o para qué. El instinto anula prácticamente nuestra capacidad de razonar, de manera que dejamos de percibir señales de peligro que deberían alertarnos para evitar producirnos daños no deseados. ¡No hay más peligro que el no alcanzar la meta propuesta!

Y esa decisión de competir, esa meta propuesta, no se constriñe a carreras organizadas, sino que puede surgir en cualquier momento de nuestra práctica diaria: cuando vamos relajados y alguien nos adelanta, o cuando vemos delante de nosotros a alguien que nos parece que deberíamos rebasar, o cuando miramos el reloj y comprobamos que podemos hacer mejor tiempo que ayer, o que lo vamos a hacer peor que ayer, … Ocasiones para ser irracional hay a cientos, y mantener la racionalidad, superando el instinto animal no es tan fácil como se supone … si no, no habría tantas lesiones.

Deberíamos releer una vieja canción de los Beatles, I´m only sleeping, que dice algo así como “todos parecen pensar que soy vago … no me importa, yo pienso que ellos están locos ... yendo a todas partes con tanta prisa, hasta que se dan cuenta de que no hay ninguna necesidad.” Y es que todos vamos a llegar al mismo sitio … no importa tanto el llegar antes como el llegar en buenas condiciones, y haber disfrutado del camino … y de lo vivido.

Saquemos los bastones del paragüero, todos los días, pero procuremos no perder la racionalidad. Hace millones de años que superamos los instintos básicos para pasar a ser animales racionales. Procuremos mantener esta condición.

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