martes, 7 de enero de 2020

Rutinas


La vida está construida sobre rutinas. A lo largo de los años vamos adquiriendo costumbres o hábitos de hacer las cosas que, a base de repeticiones, acaban por automatizarse, y llegamos a realizarlas sin que nuestra voluntad o nuestro esfuerzo tenga mucho que decir en su ejecución.

Cuando las consecuencias de estas rutinas son negativas, para nosotros, o para los demás, las llamamos vicios, y por su misma automatización, marginando voluntad y esfuerzo, pueden llegar a ser muy difíciles de erradicar. Creo que todos tenemos y sufrimos algunos.

Cuando las rutinas son beneficiosas para nosotros y nuestro entorno, moral o físicamente, se convierten en virtudes (bendiciones, las llamo yo) por el poco trabajo que nos suponen, sobre todo cuando las comparamos con el bien que reportan.

Las rutinas (las buenas y las malas) se empiezan a desarrollar en la edad más temprana, pero las seguimos adquiriendo y re-adaptando a lo largo de toda la vida, haciéndolo de forma más consciente a medida que cumplimos años, siendo también más conscientes con la edad de los perjuicios y beneficios que la adquisición de estas rutinas nos va a reportar.

La palabra “rutina” tiene generalmente una connotación negativa. Nuestro Diccionario define rutina como la costumbre o hábito adquirido de hacer cosas por mera práctica y de manera más o menos automática. “Por mera práctica” … parece cómo si el adquirir una rutina positiva no tuviese mérito alguno, ni reportase beneficio a quién la desarrolla, o a su entorno.

Bueno, pues yo me confieso una persona amante de mis rutinas. Me ha costado un buen esfuerzo de voluntad, trabajo y persistencia, llegar a desarrollar una serie de rutinas que considero positivas para mi vida personal, laboral, familiar y social, y me congratulo de haberlas conseguido, y de que se hayan convertido en “costumbres y hábitos adquiridos” que tantos beneficios me reportan. Porque, si lo pensamos detenidamente ¿qué es la educación sino el desarrollo de una serie de buenas rutinas?

El paciente y leal lector que haya llegado hasta este punto de mi digresión de hoy se pensará, no sin razón, que los excesos de la Navidad han afectado mi cerebro, hasta el punto de escribir todo esto en un blog dedicado al ejercicio nórdico. Y efectivamente, ha sido la Navidad, con sus excesos y “contra-rutinas”, la que me ha impelido a reflexionar sobre este asunto, al que ahora voy a tratar de dar algún sentido relacionado con el tema del blog.

Siempre me ha gustado el deporte. Recuerdo que en el instituto, y luego en la Academia, siempre he participado en deportes de equipo (balonmano y baloncesto, sobre todo), y juegos deportivos (tenis, frontón, pin-pon) pero ya desde la adolescencia comprendí el deporte como una necesidad, más que como una conveniencia, y que como tal, no podía depender de los demás para asegurarme una práctica frecuente y continuada, un rutina positiva que me produjese los beneficios psico-físicos que yo le adivinaba y que tanto necesito.

Una vez superados los estructurados tiempos de formación, en los que las rutinas venían facilitadas por un estricto horario, no me costó mucho esfuerzo integrar mis rutinas deportivas en mi nueva vida, ahora dominada por prioridades familiares y profesionales, sobre todo, porque siempre estuve convencido de que los beneficios que dichas rutinas me reportaban me hacían mejor en el plano personal, pero también en el familiar y el profesional.

Desde los 13 años, además de otros deportes de equipo y juego, sujetos a los imponderables de requerir la presencia y el ánimo de otras personas, siempre he corrido. Correr ha sido algo importante en mi vida, porque me ha proporcionado una posibilidad fácil, rápida y siempre disponible, habitualmente complementada por ejercicios de core, calentamiento y estiramiento, de mantener una forma física adecuada y saludable. Una rutina positiva que me ha proporcionado importantes dividendos y que he procurado, con mayor o menor éxito, inculcar en familia y allegados.

Suelo decir, siempre en base a mi experiencia personal, que los que hemos hecho deporte toda la vida tenemos siempre veinte años en la mente, un músculo cardíaco bastante joven, bien entrenado, pero una realidad hecha de ligamentos, tendones y reflejos que van cumpliendo un año cada 365 días. Quiero decir con esto que la vida nos va mostrando las limitaciones que nuestra mente nos disimula.

Todo el que corre habitualmente, se cae. Yo me ha caído toda la vida. Era raro el año que no tenía una caída corriendo, gracias a Dios sin mayores consecuencias y de la que me recuperaba en unas semanas, volviendo fácilmente al nivel de forma anterior.

Sin embargo, hace unos diez años, constaté que mi “regimen de caídas” corriendo había pasado de una cada dos años a dos al mes. Así mismo, diez años antes también había llegado a la dura conclusión de que mis tiempos de “marcas” habían pasado y que mis tendones cumplían años y mis recuperaciones eran más largas y nunca completas. Todo esto me hizo cambiar mi rutina deportiva hacia un deporte más seguro y respetuoso con la edad real de mis tendones y reflejos.

Y ahí es dónde apareció en mi vida la marcha nórdica. Tuve que adaptarme a la utilización de los bastones, que me llevó algún tiempo, atemperado y animado por la percepción inmediata de los beneficios que su uso proporcionaba a otras partes de mi organismo que las carreras no habían tratado muy bien (tren superior y columna). En un par de años realicé la transición completa a esta nueva rutina, que junto a los ejercicios de core, calentamiento y estiramiento, sigo practicando religiosa y cotidianamente.

La caminata y la marcha nórdica me han permitido mantener la rutina de ejercicio físico que desarrollé desde la infancia, mejorando sus beneficios en múltiples aspectos, a pesar de los años, pero, además, me ha permitido recuperar confianza en mí mismo, en mis posibilidades. Tras casi diez años sin atreverme, ahora, gracias a los bastones, he vuelto a correr, añadiendo la carrera nórdica a las dos modalidades que cito al principio del párrafo, y dándome unas posibilidades lúdicas y de diversificación de mi ejercicio físico, que antes no tenía, permiténdome adaptar el desplazamiento a las características del medio natural por el que me muevo, a mi estado psico-físico o, incluso, al ritmo de mi música.

Como veis, las rutinas no tienen por qué ser “rutinarias”. Las rutinas positivas están vivas, se adaptan a nuestras posibilidades para que podamos disfrutar al máximo de nuestra vida. Por eso no me gusta que me saquen de mis rutinas. Cuando no las puedo desarrollar siento que me falta algo, que me estoy perjudicando de alguna manera, y procuro re-adaptarlas a la nueva situación, para no perderlas.

Así que ¡vivan las rutinas! … y los bastones … o las rutinas con bastones. Si habéis conseguido meterlos en vuestras vidas, no los olvidéis en el paragüero.

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