viernes, 31 de agosto de 2018

Pirineo aragonés

Siguiendo el hilo de mi entrada anterior, y la pasión que siento por estos montes, acabo de regresar de pasar nueve maravillosos días en el Pirineo aragonés, una cita que procuro repetir cada año, de una u otra forma, desde que en el 2007 hiciera la travesía que acabo de describir.

Decir Pirineo aragonés es, para mí, una redundancia en sí misma.  Para mí no hay otro Pirineo.  Cierto que hay parajes y pueblos preciosos en los montes de Navarra y Cataluña, pero si has estado en el Pirineo aragonés, sientes que la "denominación de origen" no debería aplicarse fuera de tierras aragonesas.

En esta ocasión, fui con mi mujer y otras tres parejas de amigos con las que solemos viajar, pero que no estaban muy por la labor de hacer grandes desniveles, por lo que programé un viaje más turístico que otra cosa, con la finalidad de mostrarles lo más bonito de este inigualable entorno, al tiempo que huimos unos días de los calores caniculares de nuestra recalentada Cartagena.

Ni siquiera el viaje de ida estuvo desaprovechado: la comida en Ayerbe y la visita al castillo de Loarre (posiblemente, el mejor conservado del románico europeo), ya mereció la pena.  Luego, desde Jaca, una ciudad de ambiente y temperaturas envidiables durante todo el verano, dónde establecimos nuestro centro de residencia y reposo, viajamos los seis primeros días a los seis principales valles del occidente aragonés, aquellos en los que nació el Reyno de Aragón, hace ya más de 1000 años.

En los valles de Ansó, Hecho, Canfranc, Tena, Pineta y Ordesa, viajamos en coche hasta el fondo del valle, visitando pueblos irrepetibles; disfrutando de extraordinarias comidas, a precios increíbles; asombrándonos con paisajes que nunca ubicarías en España si no has estado allí.  Lugares como la Foz de Biniés, los Alanos, la Boca del Infierno, la selva de Oza, la estación de Canfranc, la Canal Roya, la Peña Foratata, los baños de Panticosa, Pineta, el valle de Ordesa o San Nicolás de Bujaruelo.  Pueblos como Ansó, Hecho, Santa Cruz de la Serós, Sallent de Gállego, Ainsa, Bielsa o Torla.

Tampoco perdonamos ningún día un par de horas de paseo con nuestros bastones por los lugares más idílicos de estos valles, a lo largo de los ríos que los forman: Veral, Aragón Subordán, Aragón, Gállego, Cinca y Ara, con algún que otro remojón incluido (ninguno como el del Ara, bajo el puente medieval de Bujaruelo) para refrescar las horas de más calor.

En Jaca, yo saqué mis bastones de paseo todos los días, de 7 a 8, mientra el resto del equipo se desperezaba y tomaba su tiempo en un relajado desayuno.  Y por las tardes, piscina y visita a San Juan de la Peña, la Ciudadela, la Catedral y algunos de sus cientos de bares, tropezando de vez en cuando con viejos conocidos y compañeros de promoción, que si Jaca es una ciudad de encuentro, mucho más lo es para viejos militares que reverenciamos nuestro amor por la montaña.

El último día, tratando de contentar un deseo de uno de los amigos de la expedición, programé una "subidita" desde Sallent, dónde desayunamos, hasta el refugio de Respomuso, dónde comimos, acompañados por un guía de excepción, Curro, que nos amenizó el camino contándonos algunas de sus aventuras en el Tibet, al filo de lo imposible.

En fin, vuelvo con pena porque no espero ir de nuevo hasta el año que viene, pero con las pilas cargadas, como siempre que vengo del Pirineo, llenas de vida, paisajes y momentos compartidos con buenos amigos.  No dejéis de ir, si no habéis estado (sería un crimen), ni de volver, si ya habéis ido.  Es un sitio único para disfrutar con vuestros bastones.

P.D.-  En contra de mi costumbre, no pongo ninguna foto en esta entrada.  Tengo miles de ellas, pero ninguna hace justicia a la sensación de vivir el Pirineo en vivo y en directo.  Id, y luego me lo contáis.

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