martes, 15 de febrero de 2022

Comidas de coco de un loco por la marcha ... nórdica

Nadie es profeta en su tierra (Lucas 4, 24 y Juan 4, 44), ... ni entre sus seres queridos (Piri).

Desde que descubrí las maravillas de la marcha nórdica, la practico casi a diario, y dedico un esfuerzo continuo a su divulgación, convencido de que la técnica de este deporte es lo mejor que tengo para dar, y de que dar es mi mejor forma de pasar por este mundo.

Nunca he estado preocupado por hacer grandes cosas; por dejar una gran obra para el mundo. Conozco mis limitaciones, y eso lo dejo para los seres extraordinarios que pasan por aquí que, gracias a Dios, los hay, y muchos. Yo soy de los de Santa Teresa, que creo que debo concentrarme más en procurar hacer bien las pequeñas cosas de cada día (algo a mi alcance), que en intentar grandes cosas, por encima de mis posibilidades.

Por todo esto, es por lo que, tras muchos vaivenes (demasiados para mi gusto), encontré mi equilibrio personal, mi paz interior, en lo que a la marcha nórdica se refiere, en mis cursitos mensuales de iniciación, más alguno de perfeccionamiento y de práctica en montaña, de vez en cuando.

Esto cursos van normalmente dirigidos a gente de mi entorno, a mi prójimo, palabra que, según nuestro diccionario, procede del latín proximus (próximo), y en su acepción 3 define a una persona respecto de otra, consideradas bajo el concepto de la solidaridad humana.

Entre este prójimo, objetivo de mis cursos de iniciación a la marcha nórdica, siempre he procurado incluir a mi familia y mis amigos. Yo sé bien lo bueno que es este deporte, ¿como no iba a querer transmitirlo a las personas que más quiero?

Desde que empecé con este “negocio”, en mis más de ochenta cursos calculo que debo haber superado ya los 2200 alumnos. Suponiendo que un 80% de ellos sean de Cartagena, creo que todos los días debería cruzarme, al menos, con una docena de ellos, … y apenas veo a dos o tres dando marcha a sus bastones.

Tampoco esto me preocupa demasiado. Yo creo que en mis cursos les enseño todo lo que sé, y trato de transmitirles mi fe y mi pasión por este deporte. Pero yo me considero una persona fundamentalmente respetuosa y, por tanto, entiendo que luego cada quién haga de su capa un sayo y saque los bastones del paragüero o los deje allí, durmiendo el sueño de los justos, por los siglos de los siglos.

Sin embargo, sí que me duele, y mucho, el ver amigos y familiares en los que he invertido mi tiempo y mi ilusión por poner a su disposición esta herramienta de salud que es la marcha nórdica, sufriendo dolores y enfermedades que podrían haber evitado, o al menos paliado, si me hubieran hecho un poco de caso. Me duele por ellos, y me duele por mí, porque pienso que a pesar de mi esfuerzo hay algo que estoy haciendo mal, o que podría hacer mejor.

Mi querida mujer, mi Pepito Grillo (la voz de la conciencia que a mí me falta), dice que es porque no cobro, y lo que no cuesta dinero no se valora. Puede que para la generalidad de mis alumnos tenga razón. De hecho, para otra labores de voluntariado que he desarrollado a lo largo de mi ya dilatada vida de pre y jubilado, he podido comprobarlo, aunque sólo sea para aportar la pequeña cantidad cobrada como “contribución voluntaria a obras sociales”. Pero, lo llames como lo llames, me resisto a cobrar por dar/enseñar algo que yo considero un regalo divino. Para mí sería como una suerte de simonía.

Quizá se deba también a que no organizo salidas regulares en grupo. Lo he intentado, pero, no creo que lo que hacemos en “mogollón”, al final, sea marcha nórdica. La marcha nórdica exige concentración en lo que haces: en la técnica bien ejecutada residen los beneficios de su práctica. Salir en grupo transforma la marcha nórdica en una sesión de senderismo, y para eso ya hay más que suficientes clubes y ocasiones, en los que mis alumnos pueden participar. Yo los animo a ello, pero les dejo bien clara la diferencia. Si quieren dedicar unas horas a la semana a “trabajar” su salud, la salida en grupo no es lo más aconsejable. Si lo que necesitan es socializar, entonces es otra cosa, y para eso está el senderismo.

Pero para mis familiares y amigos prefiero creer que no se trate de nada de lo anterior, sino más bien de lo que a Jesús le sucedió en su regreso a Nazaret, cuando reconocía que nadie es profeta en su tierra (entre los suyos). O, quizá simplemente, que me falta entrega o ilusión, o capacidad para transmitirla. No sé. El próximo domingo trataré de echar más carne en el asador.

Y tú, ¿qué haces ahí sentado leyendo estas comidas de coco mías? Saca los bastones del paragüero y vete de marcha … nórdica, claro.

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