viernes, 20 de diciembre de 2024

UN ASPECTO NEGATIVO DE LA MARCHA NÓRDICA


 Se maravillaba Jorge Manrique, hace ya casi 550 años, del empecinamiento de sus congéneres en ignorar nuestro destino. Reflexionando sobre la muerte de su padre, el Maestre Don Rodrigo, nos invitaba a no engañarnos pensando que somos eternos o, que al menos, vamos a durar más que los que nos precedieron. En contra de lo que muchas veces aducimos, no se trata ésta de una actitud resignada y pesimista, sino de la visión realista que nos puede ayudar a conseguir sacar el mayor fruto posible de lo que tenemos, no sacrificando años y salud en pos de unos logros pírricos y efímeros que en nada mejoran la vida de nadie, empezando por la nuestra.

Creo que el ser humano tiene una cierta propensión a ignorar sus límites. La sociedad en que vivimos nos anima a ir siempre más allá, sobre todo en cuanto se refiere a nuestras barreras físicas. Todos los días es noticia quién ha batido una marca de ochomiles ascendidos con más de ochenta años, los maratones u horas seguidas corriendo que ha hecho alguien con más de cincuenta años … pero nunca nos cuentan cuántas personas han muerto, o se han dañado de forma irreversible, tratando de lograr estas “proezas”, muchas veces apoyados en un abuso insano de la farmacopea, y pocas veces nos animan a que seamos sensatos y no juguemos con nuestra salud. Y sin embargo, todos tenemos ejemplos, propios o próximos, de estas faltas de sentido común y de sus consecuencias.

Yo, que me tengo por persona sensata y consciente de mis limitaciones, y de cómo, a lo largo de los años, éstas van aumentando, he estado sometido en diversas etapas de mi vida a hechos o situaciones que de alguna forma me han “animado” a ignorar la realidad, o que de alguna manera me la han enmascarado hasta el punto de inducirme a creerme más o menos “invencible”.

La última vez fue hace ya casi cinco años, cuando, con motivo de la pandemia por el COVID-19, nuestros próceres (Dios los perdone, ¡no dan para más!) tuvieron a bien confinarnos durante tres meses en nuestros domicilios, privándonos incluso del sacrosanto y poco dañino derecho a la práctica deportiva individual al aire libre.

En aquella época, yo que llevaba una buena docena de años practicando casi a diario un par de horas de marcha nórdica, tenía mi cuerpo hecho a los beneficios de este maravilloso deporte y, privado de la posibilidad de continuar esta actividad, y dotado, gracias a la referida práctica, de unas condiciones físicas bastante aceptables para mi edad, y con tiempo libre para aburrir, me entregué al ejercicio al que me invitaba mi vivienda unifamiliar de tres plantas: subir y bajar escaleras.

Dos horas diarias de esta poco equilibrada actividad, que yo soportaba sin gran sacrificio gracias al buen estado físico al que me habían llevado años de marcha nórdica, fueron haciendo mella en mis rodillas, de tal forma que, al poco de acabar el confinamiento, ya de vuelta a mi rutina al aire libre, los dolores fueron aumentando de forma exponencial, hasta impedirme desplazamientos rutinarios como salir a tirar la basura.

Tres roturas de menisco en la rodilla izquierda y una, más una fisura en el cóndilo femoral de la rodilla derecha, fueron el resultado de mi torpeza, alimentada por el sentimiento de plenitud física al que me había llevado la marcha nórdica, propiciado por la incapacidad de nuestros gobernantes y documentado por sendas resonancias magnéticas que guardo como prueba de todo ello, en la esperanza de que me ayuden a no olvidarlo, repitiendo el error.

Gracias a Dios, tras una treintena de sesiones de rehabilitación, largas sesiones privadas de magnetoterapia, diarios calentamientos, estiramientos y masajes, grandes dosis de paciencia y perseverancia, siempre apoyado en mi regreso a la práctica progresiva de la marcha nórdica, muy pendiente de no hacerme daño, huyendo de competiciones y esfuerzos anormales (como de la peste), conseguí recuperarme, no de las lesiones, que ahí están, sino de los dolores y de las limitaciones que éstas me imponían.

De toda esta experiencia, saqué una buena lección que procuro trasladar a mis alumnos en todos los cursos de iniciación a la marcha nórdica: este deporte nuestro nos procura beneficios psicofísicos sin parangón, pero ¡ojo! la práctica habitual de un deporte tan equilibrado, al no sobrecargar ninguna parte de nuestro organismo sobre las demás, retarda la aparición de la fatiga, permitiéndonos más tiempo de ejercicio, que nos lleva a una mejor forma física y a la sensación de que somos capaces de cualquier proeza. Sin embargo, eso no es del todo cierto. Puede que nuestro sistema cardiocirculatorio mejore sensiblemente, pero nuestras articulaciones tienen cada año un año más y los esfuerzos a que las sometemos, pasan factura de forme indefectible.

Resumiendo, la marcha nórdica es, sin duda, el mejor deporte que podemos practicar, tengamos la edad que tengamos, pero el que nos haga encontrarnos tan bien no debe llevarnos al error de no tener en cuenta los años cumplidos, así como la intensidad y la duración de los esfuerzos a que sometemos a nuestras trabajadas articulaciones.

De manera que, pongámonos nuestro chubasquero de sentido común, saquemos nuestros bastones del paragüero y salgamos dispuestos a disfrutar de una marcha nórdica lúdica, sana y deportiva (LSD).



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