martes, 12 de diciembre de 2023

SALUD, DEPORTE Y EDAD

 

En la sociedad actual, dónde la actividad física laboral cada día es menor y el tiempo libre y la jubilación temprana aumentan día a día, el deporte, necesariamente, va ocupando un espacio cada vez mayor, y más justificado.

A lo largo de la vida de una persona, la actividad deportiva suele formar parte de sus rutinas, compartiendo el tiempo libre que sus demandas prioritarias, familiares y laborales, le van dejando. De esta manera, el deporte va incrustándose en su vida, hasta hacerse imprescindible, de manera que, cuando por alguna causa nos vemos obligados a no practicarlo durante un tiempo, nos deja un vacío que intentamos recuperar a mayor brevedad.

Con el paso de los años, es normal que tangamos que dejar de practicar una actividad deportiva que ha formado parte de nuestra vida, bien por pérdida de aptitudes (equilibrio, reflejos) o por falta de instalaciones adecuadas o por perder acceso al medio en el que la practicábamos. En tales circunstancias, procuramos sustituir la actividad negada por otra susceptible de mantener nuestro cuerpo en condiciones lo más semejantes posible a las anteriores.

Cuando cesa nuestra vida laboral, y la familia requiere menos de nuestra atención, muchas veces el deporte se convierte en una de las pocas actividades que nos restan. En este momento que, además, suele coincidir con un incremento de los estragos de la edad sobre nuestro organismo, es fácil que nos agarremos a ese viejo compañero de fatigas, el deporte, con ansias renovadas, viendo a menudo en él un bálsamo para todos nuestros males.

Sin duda, el deporte es un bálsamo para nuestro cuerpo y nuestra alma … siempre que la práctica deportiva habitual sea racional y no nos dediquemos a ella como si no hubiera un mañana, convirtiéndose así en un mal añadido a los que los años nos traen.

Todos conocemos a alguien (a veces lo vemos en nuestro propio espejo) que, encontrándose todavía relativamente bien, una vez alcanzada la jubilación, dobla o triplica su volumen habitual de ejercicio, o intenta gestas claramente exageradas, o incluso batir marcas, absolutas o personales. Desgraciadamente, la cruda realidad nos suele devolver los pies al suelo, en forma de lesiones, cada vez más difíciles de recuperar, o irreversibles.

La vida de cada persona transcurre en un continuo equilibrio entre capacidades y exigencias. Durante la primera parte, digamos hasta los 40 años, la línea de nuestras capacidades va ascendiendo, al tiempo que suben las exigencias a las que nos vemos sometidos. Después, aquella comienza a declinar, sí o sí, mientras que continuamos demandándonos más y más. El retiro viene como una necesidad que no siempre comprendemos bien. Una oportunidad relajarnos, de cambiar nuestras actividades a otras que nos exijan menos, más acordes con nuestras capacidades, ayudadas por la gran experiencia acumulada. El equilibrio mencionado se nos torna más inestable, fiado a una serie de rutinas de cuyo mantenimiento diario depende y de las que, por tanto, debemos procurar prescindir lo menos posible.

En lo que se refiere a la actividad física, todo lo dicho en el párrafo anterior cobra una actualidad sangrante. Cumple, por tanto, adaptarla en cada caso a las capacidades reales de cada individuo … no a las que él se crea que aún conserva.

Remedando aquellas publicaciones de los años 70 relativas al sexo, ¿deporte después de los 60? Por supuesto que sí, pero con cabeza, que para eso se supone que somos seres racionales. Y ¿cómo sé qué debo y qué no debo hacer? Bueno, cada quién tiene que dar su respuesta a esta cuestión, pero en términos generales yo diría que no debemos hacer nada que:

1. Nos cause dolor. La práctica deportiva no tiene que ser dolorosa. El dolor es una luz roja que nuestro cuerpo utiliza para avisarnos de que estamos haciendo algo mal, porque no estemos utilizando el equipo adecuado, porque lo estemos haciendo con una intensidad para la que (ya) no estamos preparados o porque el volumen de actividad realizada exceda (ya) nuestra capacidad.

2. Nos agote. Segunda luz de aviso de que dispone nuestro organismo para avisarnos de que nos estamos excediendo. Volvamos a niveles en los que la práctica deportiva, en lugar de ser agotadora, era placentera y, por tanto, invitaba a mantenerla y repetirla.

3. No podamos repetir al día siguiente. Cualquier actividad exagerada que me deje en un estado que me impida volver a realizarla mañana, me está privando de un ejercicio sano y racional que debo procurar no perder ni un sólo día, porque a estas edades, todo lo que hoy pueda mover y no lo mueva, igual mañana ya no puedo moverlo.

La práctica habitual de la marcha nórdica, lejos de competiciones, desafíos y quedadas multitudinarias, nos asegura un deporte racional, adaptable a cualquier edad y condición física. De manera que, a sacar los bastones del paragüero. y a disfrutar con ellos.

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