lunes, 8 de junio de 2020

Errores encadenados


Pienso que quien escribe, siempre lo hace con la esperanza de que alguien le lea, y que disfrute con esa lectura. Yo me cuento entre ellos. Sin embargo, cuando inicié este blog, dedicado a un terreno tan poco explorado como el de la marcha nórdica, me propuse, además, compartir mis experiencias con todos aquellos que tienen la curiosidad o el interés suficiente por este asunto para acudir a estas páginas y leer mi pobre prosa. Y lo hago desde la perspectiva de alguien que piensa que lo que él siente y experimenta, es extrapolable a muchos otros y que, por tanto, podría resultar de ayuda para aquellos que sientan o experimenten sensaciones parecidas.

En esa esperanza, de que lo que escribo pueda servir a alguien, no solo he escrito en este blog sobre los aspectos positivos de la marcha nórdica, que son muchos y evidentes. También (y esto es algo que tendemos a ocultar de forma erróneamente un tanto vergonzante) me obligo a hablar sobre los aspectos negativos de este deporte (lesiones, excesos, vicios, …) en la inteligencia de que, buscando la utilidad de lo que escribo, pueda haber alguien que “escarmiente en cabeza ajena” o que, cuanto menos, compruebe que no es sólo él quién incurre en estos aspectos negativos y los sufre.

Sirva todo esto a modo de prólogo a una experiencia, negativa, vivida a raíz del confinamiento del que estamos saliendo, que paso a relatar a continuación.

Durante mi confinamiento, procuré mantener el nivel de actividad física anterior, en volumen e intensidad, aunque sin el benefactor apoyo de los bastones, incluyendo escaleras (vivo en una vivienda unifamiliar de tres plantas), y con la nefasta y obligada reducción de la amplitud de mis pasos.

Cuando nos dejaron salir de nuevo a hacer deporte individual al exterior (algo que nunca comprendí por qué nos prohibieron), y volví a sacar los bastones del paragüero, mi forma física era, aparentemente, la misma que antes del confinamiento, así que rápidamente volví a hacer los mismos volúmenes e intensidades de antes.

Aparentemente. Pero fue una falsa sensación, animada por la euforia de recuperar mi ejercicio con mis bastones. En primer lugar, la citada reducción en la amplitud de la zancada me había producido una ligera metatarsalgia en el pie izquierdo, que yo creí que desaparecería al recuperar la andadura normal. Y pensé que extremando el gesto del trabajo activo del pie, aceleraría de alguna manera la desaparición del problema.

Mi primer error fue no dar a la metatarsalgia la importancia que tiene. Mi segundo error fue pensar que con un gesto extremo, por muy natural que parezca, fuera a conseguir algo positivo. La exageración en los gestos sólo puede llevar a nuevos males. Y, efectivamente, tras unos días forzando la zancada para lograr una mayor adaptabilidad del pie dolorido al terreno, no sólo no mejoró el problema plantar, sino que , además, desarrollé una tendinitis en el ligamento lateral interno de la rodilla izquierda.

Siempre he dicho, y lo mantengo, que una de las muchas bondades de la marcha nórdica es que te ves venir las lesiones desde lejos, y eso te ayuda a abortarlas antes de que se produzcan. Hasta ahí, bien. Mi tercer error es que yo siempre he hablado de dos luces de aviso a las que hay que estar atento: dolor y el cansancio. Ninguna de ella me aviso en esta ocasión. Y es que, como he venido a comprobar de la forma dura hay, al menos, una tercera luz de aviso que yo desconocía, que describo a continuación a modo de “advertencia a navegantes y embarcaciones pesqueras”, por si alguien puede aportar más luz sobre el asunto, confirmando o desmintiendo lo que digo.

Aunque en ningún momento previo a la aparición de la tendinitis observé dolor en la zona, sí que llevaba unos cuantos días experimentando lo que yo llamo “rigidez post-esfuerzo”. Esa sensación de “bloqueo” que observas cuando, tras una competición o un esfuerzo extraordinario, te sientas en tu coche (bien), conduces hasta tu casa (bien), y cuando llegas y te vas a bajar (mal) sientes como si te hubiesen escayolado las piernas. Esa sensación, muchas veces experimentada, se pasa a las pocas horas, o al día siguiente y no deja secuelas. Pero si el esfuerzo extraordinario se repite a lo largo de varios días, como ha sido en este caso, puede que sí que deje alguna secuela, como la tendinitis de mi rodilla.

Haciendo memoria, en el 2007, cuando hice el GR11, pasando el Pirineo de costa a costa en 37 días, tuve un problema similar, que también me produjo una tendinitis por sobre esfuerzo repetido que, además, acabó extendiéndose a la otra rodilla, sobrecargada para aliviar la dañada. También en aquella ocasión recuerdo la sensación de rigidez post-esfuerzo que experimentaba al final de cada etapa y que, tras ducha, masaje, cena y descanso, desaparecía como por arte de magia a la hora de iniciar la nueva etapa, a la mañana siguiente … hasta que apareció la tendinitis.

He intentado buscar en la red algo relacionado con el bloqueo articular o muscular tras esfuerzo extraordinario, pero no he debido utilizar las cadenas de búsqueda adecuadas, porque no he encontrado nada. Apenas una referencia de pasada a una proteina, la creatin-kinasa, que se produce sobre todo en los esfuerzos prolongados de contracción excentrica (por ejemplo, en bajadas prolongadas), que parece producir estos efectos de rigidez muscular en las extremidades inferiores. Si alguien sabe de esto, o puede aportar referencia, como comentarios a esta entrada o directamente a mi correo electrónico, le estaré más que agradecido.

En cualquier caso, la solución del problema durante la travesía del GR11, descartado el aborto de la aventura tras un día de descanso y buenos cuidados en la Casa de Piedra de Baños de Panticosa (nunca podré mostrar todo el afecto y agradecimiento que siento por los modélicos refugios de montaña del Pirineo Aragonés, y la gente que los lleva), consistió en bajar la intensidad de las caminatas, unas buenas rodilleras, buen calentamiento, estiramientos y masajes con una crema a base de árnica.

Exactamente como ahora, ya que pararme no es una opción: sé, con toda seguridad, que a continuación vendrían otros problemas físicos, añadidos, debidos a la inactividad (en dos días que paré al detectar la tendinitis, desarrollé, además, una tortícolis, para la que sí que me tuve que medicar). De manera que sigo saliendo todos los días, pero he reducido la distancia a 7-8 km, y la intensidad, a unos 120 pasos por minuto, calentando mejor que antes, utilizando mallas de compresión para las rodillas, e intensificando estiramientos y masajes tras el ejercicio. La rigidez tras el esfuerzo a desaparecido. La tendinitis sigue ahí (es persistente, como la sequía), pero va remitiendo lentamente. Cuando desaparezca, trataré de recuperar mi volumen e intensidad anterior … pero sin comerme mucho la cabeza. Una cosa que tengo clara es que lo principal es seguir disfrutando de mi marcha nórdica, independientemente de cuánto y cómo.

Y para la metatarsalgia, encontré en la red buenos vídeos para su tratamiento, y también voy mejorando … poco a poco, que con la edad todos estos procesos se ralentizan … aunque también se va desarrollando más paciencia … y si no, peor par tí.

Lo dicho, espero que todo esto tenga algún interés para alguien. Si no, perdón por la barrila … saca los bastones del paragüero y disfruta con ellos, que es de lo que se trata.

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