Esta mañana, tras hacer mis diarios ejercicios de fortalecimiento abdominal/dorsal y tomarme mi jarrita de zumo de naranja recién exprimido, he salido sobre las 07.45 hacia Cieza, 35.000 habitantes y cuatro marchadores olímpicos en los últimos 20 años. Los mismos 7 grados que marcaba el termómetro de mi coche al salir del garaje los marcaba al llegar a Cieza una hora más tarde, aunque el "maestralico" que soplaba rebajaba ostensiblemente la sensación térmica.
Recogida de dorsal, saludo y agradecimiento a José Mª, el organizador, por permitirme participar con mis bastones, y suculento desayuno antes de iniciar mi calentamiento ritual.
La gente miraba los bastones con asombro, pero supongo que el letrero de la camiseta y la familiarización de la población con la marcha atlética me han ahorrado muchas preguntas, aunque no todas. Con todo, no me he sentido extraño en ningún momento.
Las sensaciones han sido buenas. Tensión en los aductores, pero la he controlado, como otras veces, alargando y cadenciando la zancada. No hay dolores ni agujetas.
El firme del recorrido tenía un asfalto demasiado liso. Tras probar con las gomas, finalmente he marchado sin ellas. Mejor, excepto por los últimos 300 metros, de adoquines viejos, dónde ni el acero al tungsteno agarraba. Las grietas entre adoquines me han jugado una mala pasada a 100 metros de la meta: Ellas se han quedado con mi bastón izquierdo, mientras yo seguía con la empuñadura firmemente sujeta a la dragonera. Unos corredores que venían detrás me lo han recogido y lo he encajado sobre la marcha. Total, un ligero susto y 10 segundos perdidos. ¡No sé si esto no me perjudicará la mínima para los mundiales!A las 12.00 estaba saliendo de Cieza y a las 13.00, en Cartagena, tomándome una cervecita.
En conclusión, estoy contento de haber ido. He disfrutado, aunque he echado de menos la compañía de la Qanzio Marching Band. Espero que el año próximo (26ª edición) no sea yo sólo el que muestre la bandera.
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