Dice nuestro Diccionario de la lengua española, en su cuarta acepción para la voz “religión”, que es una “Obligación de conciencia, cumplimiento de un deber”. En este sentido, desde que tengo uso de razón, diría que han sido tres mis religiones. Aparte de mi vocación cristiana, y de mi familia, que dejo al margen de estas letras, mi tercera religión ha sido siempre la de “mover mi cuerpo continuamente (MMCC)”.
Si mis dos primeras religiones tienen mucho que ver con el componente espiritual de mi ser humano, la tercera atañe directamente al componente físico del mismo, en el entendimiento de que ambos van intrínsecamente unidos y me resulta difícil visualizar situaciones en las que uno sea totalmente independiente del otro. Para mí, la salud espiritual afecta plenamente a mi salud corporal, y viceversa. De aquí que el procurar la salud del cuerpo tiene una importancia que trasciende lo puramente físico, aunque esto, por sí solo, no sea nada baladí, como bien apreciamos cuando la perdemos.
A lo largo de mis ya cumplidos 70 años, siempre he procurado dedicar una atención continua a mi preparación física, máxime teniendo en cuenta que, además de todo, siempre la he considerado una exigencia de mi profesión militar. Por eso, las “liturgias” inherentes a esta religión MMCC han ocupado siempre un lugar suficientemente alto entre mis rutinas cotidianas para asegurarme un “tratamiento completo” un mínimo de cuatro veces por semana, incluso en situaciones adversas.
El lector que haya llegado a este punto, puede que tenga curiosidad por saber qué incluye ese tratamiento completo que he procurado repetir a lo largo de todos esto años y que es posible que tenga algo que ver con el hecho de que yo haya llegado hasta aquí sin dolores y sin pastillas. ¡Ojo! Soy plenamente consciente de que mi cuerpo se va consumiendo con la edad, de que en cualquier momento uno de los cientos de miles de procesos que tienen lugar en el mismo en cada instante puede salir mal (ya tuve un cáncer y sé que en cualquier momento puedo tener otro, o cualquier otra enfermedad fatal). Sé que mis liturgias de MMCC no me ponen a salvo de todo esto, pero sigo pensando que es posible que tengan algo que ver con el hecho de que me encuentre tan bien como ahora me encuentro.
Pero, volviendo al mencionado "tratamiento completo", no se trata de un arcano, reservado a iniciados, ni nada por el estilo. Es símplemente un repaso activo de todos los movimientos que mi cuerpo puede realizar, a modo de calentamiento antes del ejercicio o de la actividad diaria, y en forma de estiramientos, después del mismo. A medida que vamos cumpliendo años, estas liturgias adquieren una importancia más perentoria, en la inteligencia de que, con la falta de actividad, lo que no movamos hoy, puede resultar imposible de mover mañana.
Hace casi 20 años, sin buscarla, como llegan la mayoría de cosas buenas, llego a mi poder una herramienta que me ha ayudado en todo esto. Después de 40 años corriendo, como ejercicio habitual, siempre entre el calentamiento y los estiramientos mencionados, recibí un claro mensaje de mi cuerpo (siempre hay que escucharlo con la mayor atención) advirtiéndome que era hora de cambiar de actividad. El mensaje me llego en forma de un incremento anormal del número de caídas experimentadas durante mis recorridos. Estaba claro que mi equilibrio y mis reflejos me aconsejaban pasar a un ejercicio más seguro y acorde con mis capacidades, de forma que empecé a hacer marcha nórdica, una actividad que había conocido de la mano del senderismo, que empece a practicar cuando mi prejubilación y la emancipación de mis hijos puso tiempo a mi disposición.
La marcha nórdica, mejor dicho, el andar con bastones procurando sacarles el máximo beneficio, ha sido una verdadera bendición para mi MMCC. Aunque bien trabajados en mis calentamientos y estiramientos habituales, en los que siempre incluía un apartado especial para el tronco (core, dicen los modernos), correr no coadyuvaba en absoluto a ejercitar el tren superior y la columna vertebral, algo que se hace más evidente con los años, el sedentarismo y los consecuentes padecimientos.
La marcha nórdica, con una bien cuidada técnica, es fuente inagotable de salud, moviendo y oxigenando la totalidad de mi cuerpo, de forma lúdica (siempre con mi música, que se encarga de variarme el ritmo y amenizarme el paseo) y deportiva, procurándome una adecuada contra-rotación que moviliza mi columna como ningún otro deporte, de forma equilibrada y compensada, sin sobrecargar ninguna parte de mi organismo, y dejándome ver venir de lejos cualquier deficiencia antes de que la insistencia en el error la convierta en una lesión. La marcha nórdica se ha apropiado de mi MMCC de una forma tan natural y completa que toda esta religión mía ya gira a su alrededor.
Creo que si los nórdicos, movidos por la necesidad de desplazarse sobre esquís, no hubiesen inventado este deporte hace años, lo habría hecho yo ahora, como consecuencia lógica de mi necesidad de MMCC y la imposición de mis limitaciones físicas. Por eso no debe extrañarnos que la marcha nórdica sea un deporte en el que la gran mayoría de sus practicantes habituales se encuentran por encima de los cincuenta años.
Pero, independientemente de la edad que tengas, este deporte, o religión, o como lo quieras llamar, es una de las mejores actividades a las que te puedes habituar en esta vida, de manera que deja esto, saca tus bastones del paragüero y sal a darles marcha, eso sí, consciente de que cuanto mejor sea tu técnica, mayores serán los beneficios de tu caminata.
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