Primavera de 1975, veintidós cadetes
de la Academia de Caballería trotan en columna de a dos por la
cañada de Zaratán, en Valladolid. El profesor de equitación que
dirige la práctica manda alto, en linea a la izquierda, paso, trote,
galope … ¡a la carga! ¡Locura, descontrol, el huracán de la Caballería en estado puro! Unos minutos después, cadetes y caballos exhaustos, adrenalina a espuertas ... y dos caballeros al hospital.
Hasta
un siglo antes, acciones similares se realizaban frente al enemigo,
en situaciones bélicas reales, quizá demasiado frecuentes, bajo el fuego granizado del enemigo. Tanto
en estas reales, como en la descrita en el párrafo anterior de instrucción, recreación
histórica, o como queramos llamarla, la decisión racional de la
carga acababa con la propia orden. A partir de ahí, todo quedaba en
manos del instinto: de competición, de los caballos, por llegar
antes que el de al lado, y de supervivencia de los jinetes, por
sobrevivir a la vorágine desatada. La valentía, osadía, sentido del
deber o sacrificio, terminaba en la decisión racional y la orden de
cargar. Todo lo que sucedía después era puro instinto, de
competición y supervivencia, hasta que el agotamiento de las
cabalgaduras y la superación del peligro inminente permitía a los
jinetes recuperar el aliento, el control, y la racionalidad.
De
forma similar, cada vez que nos decidimos a competir, de alguna
manera perdemos la racionalidad a partir de esa decisión. Todo lo
que queda después es ese instinto animal de competición, de llegar
antes que el otro, aunque casi nunca sepamos bien por qué, o para
qué. El instinto anula prácticamente nuestra capacidad de razonar,
de manera que dejamos de percibir señales de peligro que deberían
alertarnos para evitar producirnos daños no deseados. ¡No hay más
peligro que el no alcanzar la meta propuesta!
Y
esa decisión de competir, esa meta propuesta, no se constriñe a
carreras organizadas, sino que puede surgir en cualquier momento de
nuestra práctica diaria: cuando vamos relajados y alguien nos
adelanta, o cuando vemos delante de nosotros a alguien que nos parece
que deberíamos rebasar, o cuando miramos el reloj y comprobamos que
podemos hacer mejor tiempo que ayer, o que lo vamos a hacer peor que
ayer, … Ocasiones para ser irracional hay a cientos, y mantener la
racionalidad, superando el instinto animal no es tan fácil como se
supone … si no, no habría tantas lesiones.
Deberíamos
releer una vieja canción de los Beatles, I´m
only sleeping, que dice algo así como “todos parecen pensar
que soy vago … no me importa, yo pienso que ellos están locos ...
yendo a todas partes con tanta prisa, hasta que se dan cuenta de que
no hay ninguna necesidad.” Y
es que todos vamos a llegar al
mismo sitio … no importa tanto el
llegar antes como el
llegar en buenas condiciones, y
haber disfrutado del camino … y de lo vivido.
Saquemos
los bastones del paragüero, todos los días, pero procuremos no
perder la racionalidad. Hace millones de años que superamos los
instintos básicos para pasar a ser animales racionales. Procuremos
mantener esta condición.
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