Mi
padre me decía que de todo se aprende ¡cuánta razón tenía! Una
de las muchas cosas que nos está enseñando el COVID-19 es la
rapidez con la que cambian las cosas, las percepciones, de un día
para otro, casi de una hora para otra. Ayer escribía esta entrada
sin saber si la publicaría. Hoy tengo muy claro que debo publicarla,
eso sí, con la mayor comprensión y respeto hacia los que os neguéis
a leerla. Espero que vosotros tangáis también una mínima
benevolencia anuente hacia mi decisión de mantener vivo este blog,
siempre
dentro
de los principios de dedicación a la marcha nórdica que lo hicieron
nacer. Gracias.
...
He
dado muchas vueltas antes de empezar a escribir esto. Por un lado,
siento necesidad de expresar de alguna manera lo que siento en esta
situación especial, nueva, extraña, que nos ha tocado vivir. Por
otro, estamos todos un poco hastiados de tantas historias que
circulan por las redes sociales … y lo que nos queda. De momento,
me siento delante de la hoja en blanco y dejo que fluyan mis
sentimientos. Luego veré si lo publico.
Aunque
no me considero un misántropo, confieso que disfruto de la soledad,
en las raras ocasiones que la tengo, por lo que esta situación no me
resulta especialmente penosa. Además, mi mujer está conmigo, en todos los sentidos de la palabra, de
manera que la soledad sólo es de ratos, cuando ella está
entretenida con otros asuntos.
La
soledad te da tiempo para ti. Tiempo que normalmente no tienes.
Tiempo para escribir lo que nunca tuviste tiempo de escribir. Para
leer lo que nunca pudiste leer. Incluso para limpiar, arreglar y
ordenar todo lo que siempre has tenido pendiente. En definitiva, la
soledad te da tiempo para hacer todo aquello que siempre pensaste que
no hacías por falta de tiempo, y ahora ya no tienes esa escusa.
Pero
esta soledad viene con un plus de confinamiento, y ahí es dónde se
empieza a complicar la cosa. Quién no ha estado nunca en una
cárcel, suele hacer comentarios “ligeros” sobre los tiempos de
las condenas. Todos les parecen pocos para castigar un crimen de los
que suscitan un amplio rechazo social. Yo, que tuve la suerte de
poder colaborar unos años con el Padre Garralda, de Horizontes
Abiertos, y pude conocer algunas cárceles por dentro, siempre he
intentado explicarles lo duro que puede ser estar encerrado 10 o 15
años. Espero que después de la experiencia que estamos viviendo, entiendan mejor lo
que les quería decir.
Con
todo, insisto, yo lo llevo bastante bien. Nunca he sabido aburrirme.
Siempre me ha faltado tiempo para todo lo que he querido hacer.
Pero hay algo que no le perdono al coronavirus, y es que me haya
privado de mi práctica habitual de marcha nórdica. Que haya
confinado mis bastones a la inactiva soledad del paragüero.
Pero doy gracias a Dios porque los bastones me han puesto en situación
psico-física suficiente para soportar todo esto. Me han
acostumbrado a una rutina diaria de ejercicio físico equilibrado y
completo que ahora, que no puedo utilizar los bastones, he tenido que
sustituir por otra serie de rutinas que compensen esa pérdida. Y es
difícil. En estas circunstancias es cuando valoras realmente todo
lo que la marcha nórdica te aporta. Así que me esfuerzo cada día
por hacer todos aquellos ejercicios que me proporcionen una actividad
parecida a la que hacía y un estado físico similar al que tenía y,
francamente, no sé si lo consigo.
Pero
es importante que lo intentemos, para que no perdamos esa salud que
nos han proporcionado los bastones. Es una obligación moral, de
buen español. Los hospitales están saturados; los médicos
desbordados. Sólo faltaría que nosotros nos convirtiésemos en una
carga añadida a sus penurias, descuidando ahora la forma física, la
salud, que los bastones nos han dado. Ellos, ahí en el paragüero,
me lo recuerdan cada día, a las espera de ese día, que sin duda llegará, en que
saldremos juntos de nuevo a celebrar el fin de esta pesadilla.
Así
que por ellos, y por nosotros, tenemos que reinventarnos y movernos
cuanto podamos, y un poco más, dentro del reducido espacio que cada
uno tenga en su confinamiento. Porque, eso también: no vale
escaparse. Tenemos dos obligaciones que cumplir para colaborar con
todos los que están sufriendo y combatiendo este bicho en primera
línea: mantenernos sanos y quedarnos en casa. Se
lo debemos. Y nuestros bastones nos lo recuerdan cada día, desde su
paragüeril confinamiento.
Muy bien.
ResponderEliminarYo tengo una bici estática en el dormitorio, me doy un paseo matutino frente al televisor y despues un baile antes del desayuno. Creo que si no invertimos parte del tiempo libre en esas cosas, se nos irá la olla y perderemos el tipo. Buena noche,Piri.