Hoy
he acudido a mi paragüero por una razón diferente de la que me
lleva a él todos los días. Hoy, por uno de esos caprichos de la
meteorología, he tenido que devolver a su sitio un paraguas que ayer
saqué para resguardarme de un extraño, pero siempre bienvenido,
chaparrón que cayó sobre esta sedienta tierra mía. Y, me he
parado un momento, mientras plegaba el paraguas, a observar el
matrimonio de conveniencia entre paraguas y bastones y, como siempre,
me he puesto a pensar… ¿será este el sitio adecuado para mis
bastones? ¿Es esta coincidencia en el espacio una casualidad, o más
bien una comunidad de destino?
La
tranquilidad de esta mañana de domingo canicular me ha invitado a
estas reflexiones y me ha traído hasta el ordenador, dónde ahora
escribo este pequeño “castigo” para los que todavía tienen el
valor y la paciencia de leer mi blog. Le he echado al paragüero la
foto de la derecha, por responder a las “inquietudes” que algunos
me habéis manifestado en nuestros encuentros con bastones por esos
mundos de Dios. No deja de asombrarme la “fama” que esta humilde
y, por lo común, descuidada pieza de obligado mobiliario, ha
adquirido entre mis colegas nordimarchadores. Por eso creo de rigor,
por respeto a ella y a vosotros, rendirle hoy este pequeño
homenaje.
La
proximidad de este mueble a la puerta de salida hacia nuestro “campo
de entrenamiento”, la calle, podría ser causa primera y
justificación suficiente para su elección como depósito temporal
(¡no se os olvide!) de nuestros bastones de marcha nórdica. Pero
yo creo que no es éste el único motivo, ni que sea casual este
“hermanamiento” entre paraguas y bastones. De hecho, la
definición de la RAE ya reza: “Mueble dispuesto para colocar los
paraguas y los bastones”. Y no sólo porque ambos sirvan, en algún
momento de nuestras vidas, de apoyo en nuestro caminar, que ya de por
sí sería una coincidencia importante, sino porque, además, de la
misma forma que los paraguas nos protegen de un fenómeno tan natural
como la lluvia, los bastones nos protegen de otro no menos natural,
como el paso de los años y sus efectos sobre nuestras capacidades y
actividad física.
A lo
largo de casi medio siglo, mi ejercicio físico cotidiano ha estado
centrado en la carrera continua. A pesar de los muchos deportes que
he practicado a lo largo de mi vida, correr ha sido el ejercicio de
continuidad que me ha permitido mantenerme en unas condiciones
aceptables. Hasta hace cinco años, lloviese o tronase, con frío o
calor, de día o de noche, mis tres sesiones mínimas semanales de
media hora o más corriendo han sido casi una religión que, por
cierto, creo que ha rendido un excelente servicio a mi estado de
salud actual.
Pero,
¡amigo! Los años pasan… las facultades físicas merman. La mente
sigue teniendo veinte años; el corazón está entrenado y sigue
yendo a por todas, pero nuestras articulaciones cumplen cada año uno
más. Nos empeñamos en seguir compitiendo contra nosotros mismos,
tanto en volumen como en intensidad, sin pensar que ese “uno mismo”
contra el que competimos es el uno mismo de antaño, no el de ahora.
Si,
en lugar de colgarnos pulsómetros, medidores de consumo de calorías
y otra quincalla, nos preocupásemos un poquito más de conocer
nuestro cuerpo, de prestar atención a las señales que continuamente
nos manda (dolor, cansancio, sensaciones), y de no enmascararlas
(vendajes compresivos, antiinflamatorios, analgésicos), posiblemente
seríamos capaces de razonar y racionalizar nuestro ejercicio y las
pruebas a las que en cada momento de nuestra existencia sometemos a
nuestro maltratado cuerpo que, no lo olvidemos, es uno solo para toda
la vida.
Cuando
uno corre habitualmente, y más si corre por todo tipo de terrenos,
uno tropieza, y a veces se cae. Esto es natural y le pasa a todos,
creo yo. Pero hace cinco años, pasé de tropezar y caerme una vez
cada dos años, a caerme corriendo cada dos meses. Y es que, al
envejecimiento de las articulaciones, hay que añadir el de los
reflejos. Y los tiempos de cicatrización y recuperación son cada
vez más largos y complicados. Y si a esto le unimos la mayor
incidencia de esguinces, tendinitis y otras lesiones típicas de
corredores, podréis entender que yo decidiese buscar una alternativa
a mi “deporte base”.
Gracias
a Dios, yo llevaba ya en aquellos tiempos unos buenos cinco años
practicando marcha nórdica, de manera que decidí dejar de correr y
fiar toda mi preparación física a este maravilloso deporte. Y,
¡oh, maravilla de las maravillas! Mira por dónde, se acabaron las
caídas… y los esguinces, y las tendinitis, y los dolores
articulares,… Mi vida cambió para mejor, en un momento en el que
todo el mundo te previene del empeoramiento natural que viene con los
años. Y es que, cuando una puerta se cierra, siempre se abre otra;
cumple estar atento a las señales que la vida nos envía y ser capaz
de renunciar y adaptarnos a nuestras nuevas capacidades … para
seguir disfrutando.
Y
todo eso gracias a la protección de esos bastones que comparten
espacio natural con esos otros elementos protectores de fenómenos
naturales: los paraguas. Luego, parece que el sitio no está mal
elegido, ¿verdad? Quizá deberíamos, simplemente, cambiarle el
nombre, algo así como
“depósito-temporal-de-elementos-protectores-contra-fenómenos-naturales”,
o DTDEPCFN, … pero tanto el nombre como la sigla son complicados;
paragüero es un nombre bonito, de castellanas resonancias, con esa
elegante diéresis que inevitablemente acabará siendo víctima de la
globalización. Un objeto que, simplemente, ha visto enriquecido su
histórico oficio con el de acoger unos nuevos elementos, los
bastones de marcha nórdica, que comparten con paraguas y bastones
clásicos el noble fin de ayudarnos a protegernos contra fenómenos
naturales o, más simplemente, a mejorar nuestras vidas.
Pero
no olvidéis que el paragüero es un depósito temporal. Para que su
contenido mejore nuestras vidas, hay que sacarlo a pasear, todos los
días (me refiero a los bastones de marcha nórdica… los paraguas,
sólo cuando sea necesario).
Bonita entrada al blog, Piri. Yo no tenía paragüero. Dejaba mis bastones en la entrada de mi casa, apoyados en un pequeño recodo. Pero ante la última adquisición (ya tengo cuatro bastones en casa) estoy pensando en comprarme uno, para depositarlos temporalmente, eso sí. Desde luego, estoy contigo, siempre hay alternativas para moverse y superar las dificultades. Benditos bastones y bendita Marcha Nórdica.
ResponderEliminarPor cierto, mi marido ya ha recibido su primera clase, ha estrenado sus bastones y le ha encantado. Ya te contaré los progresos. Como avance, me comentó al terminar que se hace ejercicio de verdad, un poco sorprendido. Esperaba que fueran un apoyo, pero no que le obligaran a trabajar, jeje.