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martes, 29 de septiembre de 2020

¡Gracias a mis bastones!

Mi primer encuentro con ellos tuvo lugar hace ya casi 15 años, cuando me decidí a intentar un sueño largamente acariciado: la travesía del Pirineo, de costa a costa. Yo era consciente de que mis piernas no estaban a la altura de la empresa, así que, buscándoles ayuda, dí con estos amigos que me iban a permitir utilizar mi tren superior en apoyo del inferior.

Gracias a ellos conseguí ir del Cantábrico al Mediterráneo en 37 días, recorriendo 840 kilómetros y salvando más de 40.000 metros de desnivel acumulado de subida (y alguno más de bajada). Las rodillas sufrieron, pero aguantaron, gracias, sin duda, a mis bastones. Recuerdo que en aquellos días pensaba que podría completar la aventura sin gran parte de mi equipo, pero que si perdía un sólo bastón, tendría que desviarme al pueblo más cercano para reponerlo.

Desde entonces, continué utilizándolos en mis travesías y excursiones de montaña y, cada vez más, en mis práctica deportiva diaria, alternándolos con la carrera (el running, que dicen los modernos) que venía practicando como deporte base desde hacía 45 años.

Pero los reflejos se van perdiendo con la edad, de manera que cuando, ya próximo a los 60, mis caídas pasaron de las meramente accidentales (una cada dos años, de media) a algo mucho más frecuente y preocupante (dos al mes) y con secuelas mucho más difíciles de recuperar, acabé por reemplazar el cross por la marcha nórdica. Gracias a mis bastones pude mantener mi práctica deportiva diaria, sin poner en peligro mi integridad física.

Hasta que atacó el COVID-19 y nuestras autoridades (¡Dios los ilumine!) decidieron recluirme sin permitirme siquiera continuar mi práctica deportiva habitual y segura (individual, con mascarilla y distancia de seguridad). Esta insensata decisión está en el origen de una cadena de lesiones que me habría llevado al “dique seco”, del que sólo me he librado (¡por los pelos!) gracias a mis bastones.

Yo los saco cada día del paragüero ... y ellos me sacan a mí cada día de casa, ayudándome a soportar peso y dolores, hasta que su ritmo alegre y animoso apoya el movimiento de mis pobres y doloridas piernas, haciéndoles olvidar sus limitaciones y permitiéndome seguir adelante, manteniendo una mínima forma física, sin la cual, estoy seguro, pasaría del dique seco al desguace.

Siempre digo a mis alumnos que los bastones, utilizados con una buena técnica, nos proporcionan APOYO, EQUILIBRIO e IMPULSO. A lo largo de mi vida los he utilizado procurando siempre aprovechar esas tres cualidades. Para el Pirineo, el impulso fue vital para alcanzar la meta. Hace unos años, fue el equilibrio lo que me permitió no perder mi forma física. Hoy es el apoyo la característica que más aprecio. Pero ellos están ahí siempre, dándome las tres: A, E, I, como el verdadero comienzo de un alfabeto básico para mantenerme con calidad de vida. Por eso hoy les rindo este homenaje: ¡Gracias a mis bastones!

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