Soy un practicante habitual de marcha nórdica, que ha superado recientemente los 65 años de edad, esa barrera psico-física bien asentada en nuestra sociedad en la que una persona deja de ser nominalmente útil para desempeñar trabajos beneficiosos, al menos, trabajos remunerados.
Hasta que se decretó el estado de alarma y el maldito confinamiento, yo hacía religiosamente mis 10 a 15 km diarios de marcha nórdica, por terreno variado, alternando algunas rutas de montaña. A mí no me dolía nada, normalmente, y cuando me sentía un poco “cargado” descansaba algún día, cosa que no solía suceder todas las semanas, ni mucho menos.
Durante el confinamiento, mantuve una actividad física similar a la que realizaba, pero, naturalmente, limitada por decisión de las autoridades, al entorno de mi vivienda, entorno que puede estar, en superficie útil, por encima de la media con respecto al común de los practicantes de nuestro deporte. Con todo y con eso, mi tiempo de práctica, similar al que realizaba antes del confinamiento, había forzosamente de realizarse en un entorno poco natural, por lo limitado de las rectas que permitían pasos completos, por la necesidad de subir y bajar escaleras, y por la imposibilidad de utilizar los bastones en estos tortuosos recorridos.
Con todo, cuando nos “soltaron”, yo me encontraba físicamente como antes del enclaustramiento … o eso creía yo, porque al cabo de unos días, pocos, de volver a mis rutinas y recorridos habituales, comencé a sufrir las consecuencias. Primero fue una metatarsalgia en el pie izquierdo, a la que no dí mayor importancia y pensé que se solucionaría con la práctica balsámica y cuidada de mi marcha nórdica. Pero no fue así. A los pocos días, posiblemente agravada por mi insistencia en recuperar un trabajo activo, recuperador del pie dolorido, desarrollé, sin preaviso alguno, de la noche a la mañana, una tendinitis en el ligamento lateral interno de la rodilla izquierda.
Ante esta situación, reduje la carga diaria, tras un corto reposo, y fui, muy lentamente, aumentando regularmente la distancia recorrida, entre cuidados paliativos, mucha precaución, y extraordinaria atención a las zonas doloridas. La tendinitis remitió bastante, y la metatarsalgia se tornó soportable. Pero el equilibrio era tan precario que nunca me atrevía superar los 10 km diarios, y los días de descanso por sobrecarga fueron aumentando, y algo tan sencillo como el cambio de horario de mi práctica habitual, o la realización de un calentamiento menos cuidado, han sido motivo del regreso a la situación más grave de estas dolencias.
Hoy, seis meses después de aquel punto de inflexión que supuso la desgraciada decisión de no dejarme seguir con mi inocua práctica habitual, individual, de marcha nórdica, que por cierto yo siempre hacía con boca y nariz cubiertas con mi braga de cuello por un problema de alergias, mi situación es la siguiente: dónde nunca hubo dolores habituales, ahora tengo que utilizar, por primera vez en mi vida, analgésicos de forma recurrente; de hacer 10-15 km diarios de deporte nórdico, combinando tramos de caminata, marcha y carrera, hoy no puedo hacer más de 7 km, sólo de caminata, 4/5 días por semana, y con serias molestias. De forma general, sin entrar en detalles, calculo que mi forma físca, mi calidad de vida, o como queráis llamarlo, se ha reducido en un 40/50 % en estos seis meses.
No creo haber tenido el COVID; al menos, no he tenido ninguno de los síntomas que se le atribuyen, ¡gracias a Dios! Pienso, más bien, que todos mis males son atribuibles a decisiones equivocadas de nuestros gobernantes, en concreto, a la alegría con que decidieron que yo no podía seguir practicando mi deporte individual, al aire libre, con las adecuadas prevenciones para evitar contagios (propios y ajenos): distancia mínima y cobertura de nariz y boca.
A lo mejor me tocaba un bajón al cumplir los 66 años. No lo sé, pero no creo que fuese de este calibre. Por eso atribuyo a nuestros gobernantes una gran parte de la responsabilidad en este asunto que tan seriamente me ha afectado. Y no es cierto que “esto no había pasado nunca”. Sin contar las numerosas epidemias de peste, viruela, cólera y otros, que asolaron nuestro país a lo largo de los últimos veinte siglos, la historia recoge abundantes detalles de la gran epidemia que, con origen en el Imperio Chino, en el siglo I de nuestra Era, afectó aquellas tierras durante años, extendiéndose al Imperio Romano, siendo una de las causas reconocibles de la caída de ambos grandes imperios, que tardaron varios siglos en recuperarse. Tampoco faltan datos de la mal denominada “gripe española”, de hace tan sólo un siglo, que causó sólo en nuestro país más de 200.000 muertos, tan mal gestionada por las autoridades “competentes” como ésta, por cierto, tanto desde el punto de vista informativo como sanitario.
Es evidente que nuestras autoridades nos ocultan hechos, o no conocen la historia, lo que es imperdonable en mandatarios responsables del buen gobierno de una población. Aquellos que no conocen su historia están condenados a cometer de nuevo los mismos errores. Pero los españoles nunca nos hemos distinguido por saber elegir buenos gobernantes, así que compartimos parte de esta culpabilidad.
La falta de cultura histórica no es el único fallo en la mala gestión de esta crisis. En todas las pandemias anteriores de las que tenemos documentación gráfica, lo primero que se observa, tanto en el ciudadano de a pie como en los sanitarios, es la cobertura general de boca y nariz con mascarillas o tejidos de circunstancias. Nunca he comprendido por qué nuestras autoridades no decretaron esta medida preventiva desde el minuto uno de esta historia. Para mí fue una clara falta de responsabilidad que, por muchas comisiones de investigación que se monten (y creo que deberían montarse), desgraciadamente, nunca llegaremos a saber cuántas muertes pudieron haberse evitado … cuántas muertes y cuantas consecuencias económicas, que les dejamos en herencia a nuestros hijos y nietos. Irresponsabilidad y falta de sentido común, algo no exclusivo de un gobernante, pero que deberíamos asegurar antes de elegirlo para esos cargos.
En fin, intento ser cristiano (no es fácil para mí, aunque Jesucristo dijese lo contrario) y por eso perdono, pero creo que esta reflexión es necesaria si queremos que, al menos, nos sirva para intentar con cometer los mismos errores en el futuro.
No sé si alguna vez recuperaré parte de lo perdido, aunque sigo intentándolo lo mejor que sé, con ayuda de mis bastones y mi resto de sentido común. Si sé que no volveré a aceptar un confinamiento que me impida mantener mi práctica habitual de marcha nórdica. Y si me multan, pues vale. ¿Alguien conoce a alguien que haya sido multado por no respetar las normas decretadas para la pandemia … y haya pagado la multa? Esa es otra. Pero ya he criticado bastante por hoy.
Sacad los bastones del paragüero, mientras podáis.