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miércoles, 22 de abril de 2020

Confinamiento, ejercicio y oración


En esta extraña situación que nos ha tocado vivir, y cuyas consecuencias nadie sensato se atreve a predecir, paso mi día entre rutinas, viejas y nuevas, que me ayudan a sobrellevar la vida de forma positiva, pensando en que hay un mañana, y que yo tengo que estar preparado para integrarme en él lo mejor posible.  Entre ellas, las nuevas, he incluido mis dos horas diarias de ejercicio que, por suerte y por desgracia, toman el espacio de mi práctica diaria de mi añorada marcha nórdica.  Y digo "por suerte", porque considero una bendición que la rutina de esa práctica deje en mí esta dependencia del ejercicio físico diario, que ahora me mantiene más o menos en forma.  Y digo "por desgracia", porque nada, por mucho que me esfuerce, puede compensar el efecto LSD (lúdico, sano y deportivo), que dejaban en mi mis bastones.  Y lo noto cada día en el cuidado con que debo andar para no hacerme daño.  Rara es la jornada que no empiezo a notar una molestia en alguna parte de mi cuerpo; pero en eso también tengo que agradecer a mi práctica habitual de marcha nórdica la costumbre de estar atento a los mensajes que me manda mi organismo (cansancio, dolor) y variar el movimiento repetitivo, la intensidad o la duración del esfuerzo que me lo produce, para remediarlo antes de que sea demasiado tarde.

La monotonía de mis 30 repeticiones diarias de mi circuito de 400 esfuerzos (combino pasos, escaleras, rampas, extensiones/flexiones de brazos, abdominales y dorso-lumbares) la combato como siempre, con música y meditación.

Y de esto es de lo que quería hablar hoy, no de la música que ya sabéis que está siempre presente en mi práctica deportiva, sino de la meditación, a la que siempre me induce esta práctica y, más concretamente, de una parte específica de ella, que es la oración.

¡No huyan agnósticos, ateos y personas de poca fe!  Sigan leyendo, que esto no es sólo para creyentes.  Como bien decía Don León Felipe, poco sospechoso de "meapilas", "Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol...y un camino virgen Dios."

Dice nuestro Diccionario que orar es  "dirigirse mentalmente o de palabra a una divinidad o a una persona sagrada, frecuentemente para hacerles una súplica".  También añade una acepción en la que dice que orar es "rogar o pedir algo", simplemente, sin divinidades; a quién corresponda.

Decía Don Antonio Machado (otro poco sospechoso de meapilas): "Converso con el hombre que siempre va conmigo - quién habla solo espera hablar con Dios un día - mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía".

Yo creo en Dios: un Dios que guarda un camino virgen para cada hombre, y un Dios buen amigo, que me ha enseñado el secreto de la filantropía, del amor a los demás.  Y me gusta conversar con Él, que siempre va conmigo.

Pero hablar con Dios o, si lo prefieres, con el hombre que siempre va contigo ... hablar contigo mismo, es la misma forma de oración a la que yo me estoy refiriendo hoy, la que podemos hacer mientras realizamos nuestra actividad física, porque ese acto no requiere de un momento ni de un lugar específico, y el dedicado al ejercicio es tan bueno como cualquier otro.  Es rogar o pedir algo, para los demás (filantropia).

En todo tiempo, pero quizá más en estos difíciles que estamos viviendo, yo creo que la gente necesita de nuestra oración, de nuestro deseo sincero, nuestro ruego o petición de que mejoren tantas situaciones dolorosas; de que se solucionen tantas incertidumbres que se ciernen sobre el futuro de muchas personas de nuestro entorno;  de que se consuelen de alguna manera todos los que han perdido a un ser querido; de que nuestros gobernantes, a todos los niveles, tengan el sentido común y la honradez necesaria para adoptar las decisiones más justas y eficaces; de ... tantas cosas.

¡Ojo! "A Dios rogando y con el mazo dando".  La oración no excluye la acción ... hay que hacer todo lo que esté en nuestras manos para solucionar o paliar estas situaciones, pero realmente hay tantas situaciones en las que podemos hacer bien poco, y la oración es un recurso, al menos, de autoconsuelo: es lo único que podemos hacer.  Yo me siento un poco mejor después de haber recordado a la persona que tiene la necesidad.

Pero, incluso si no crees en Dios, (Don León y Don Antonio no lo tenían muy claro, al parecer), no sabemos si la oración tiene un efecto taumatúrgico;  si un ferviente deseo, explícitamente formulado de que algo positivo suceda, puede tener unas consecuencias parapsicológicas o milagrosas sobre las personas para las que lo deseamos.  ¡Sabemos tan poco de las capacidades reales de nuestra mente!  En cualquier caso, lo menos que podemos hacer por ellas es recordarlas e intentarlo.

Este es un blog dedicado a la marcha nórdica, al ejercicio, y por eso viene "al pelo" lo de la oración durante el ejercicio.  Pero, como ya he apuntado, cualquier momento es bueno para meditar y para orar, y seguro que la situación actual nos da muchas oportunidades diarias para ese recuerdo positivo de las necesidades de los demás.  ¡Aprovechémoslas!  ¡Feliz y provechoso confinamiento!  ... ya sacaremos los bastones del paragüero.

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