Inglesa
de nacimiento, escocesa de adopción y española hasta la médula, de
cuna y sentimiento, Elvira Yolanda Lord era, por encima de todo, una
bellísima persona y una inagotable amante de los Pirineos.
Allí
la conocí hace diez años, una tarde de junio, en la puerta de la
iglesia de Isaba, en el valle del Roncal, cuando salía de una misa
de difunto que bien me valió para mi cumplimiento dominical. Con su
inseparable y atento marido, Jack, que le dio el bien merecidísimo apellido de "Lord" a esta entrañable señora de los montes.
A
partir de allí, compartimos refugio, mesa y mantel, al final de
varias jornadas de la travesia del GR 11 que habíamos iniciado
prácticamente en paralelo, en el Cabo Higer, unos días antes. A
pesar de no andar juntos (ellos vivaqueaban en tienda de campaña que
tenían que secar antes de iniciar el camino), compartimos tanto
aquellos días, que allí nació una amistad que ha durado a lo largo
de estos diez años que la vida, siempre más celosa con los mejores, nos ha
permitido disfrutar juntos.
En
varias ocasiones volvimos a quedar en lo más alto. A veces
intentado superar aquella “espinita” de nuestro primer fracaso en
Tebarrai, que ella tenía muy clavada y que no descansó hasta
superar, a pesar de tener que viajar ya con toda la farmacopea que su
enfermedad obligaba, y de que Jack, con su gran, pero delicado
corazón, ya no debía acarrear toda la impedimenta que siempre
compartían (en una proporción de peso de 80/20, les bromeaba yo
siempre, a pesar de que el volumen y la apariencia externa de sus
mochilas siempre eran cuidadosamente idénticos).
Recuerdo
con especial cariño la semana que estuvieron con Eugenia y conmigo
en nuestra casa de Aranjuez, con todas las excursiones que hicimos,
sobre todo a mi querida Sierra de Guadarrama, que yo tenía especial
empeño en que conocieran porque sabía que ambos la disfrutarían
como nadie. Es ciertamente reconfortante, en momentos de pérdida
como este, saber que has contribuido a proporcionar al ser querido
ausente un retazo de felicidad, una experiencia sencilla, pero
especial, que sin tu colaboración, difícilmente habría conocido.
Elvira
ha sido una gran dama de los Pirineos, una difusora incansable de la
lengua y la cultura española, una amante de la naturaleza y del
medio ambiente, que llevaba su respeto y amor por el entorno hasta el
más pequeño detalle. Esposa, madre y abuela dedicada, muy
pendiente de los suyos. Y una amiga muy especial. Ponía en todo,
todo el corazón y por eso sé que ha vivido plenamente.
Como
me cuenta Jack en su carta, murió el 7 de julio en Dundee, rodeada
de su familia. Según sus deseos, su cuerpo ha sido aceptado por la
escuela de medicina de la Universidad de Sant Andrews. Una muestra
más de su generosidad y filantropía.
Me
duele Jack. Elvira está ya con todos los que quiere, los de allá y
los de acá, disfrutando de todos con esa alegría que nunca perdía;
repasando esos minuciosos cuadernos en los que apuntaba hasta la mas
pequeña vivencia y sensación. Jack se ha quedado con un sillín
vacío en ese tándem que pasearon por toda Europa. Pero estoy
seguro de que Elvira sigue ahí, sentada con Jack, acompañándole en
el pedaleo; leyéndole desde sus cuadernos; mirándole y animándole
desde la mirada y la alegría de sus hijos y nietos. Y un día,
cuando Dios quiera, los tres volveremos a caminar juntos, por esos
montes, comentando lo vivido.
Siento
no haber podido compartir más con ellos. El siempre pendiente viaje
a Escocia, que tantas veces insistieron en que hiciéramos. Siento
que no hayamos disfrutado juntos de más ocasiones en la montaña que
otros compromisos me obligaron a posponer. Pero me siento
absolutamente feliz y orgulloso de los intensos momentos compartidos,
que siempre irán conmigo, hasta que volvamos a reunirnos por esas
cumbres que sé positivamente que hay por encima de nuestras queridas
montañas.
Quisiera
decir mucho más, pero el nudo de mi garganta no me deja. Repasando
en mi poemario de montaña he encontrado esta pequeña composición
que escribí justo diez años antes de que Elvira hiciera su última
ascensión. Una pequeña oración que hoy le cedo a Jack con todo mi
cariño, para ayudarle a caminar.
Tic,
toc
Tic,
toc, tic, toc,…
Como
cada mañana, me acompaña la monótona letanía del rítmico
golpeteo de mis bastones sobre el camino, endurecido por el sudor y
los pasos de los que me precedieron.
Tic,
toc, tic, toc,…Padre Nuestro,
Como
cada mañana, rezo, converso con el Hombre que siempre va conmigo…
Tic,
toc, tic, toc,…quita el dolor del mundo,
Tic, toc, tic, toc,…y ayúdanos a
caminar,
Tic, toc, tic, toc,…pero, hágase tu
voluntad, y que siempre la aceptemos, aunque no siempre entendamos
tus divino calcular.
Tic,
toc, tic, toc,…ayuda a mis hijos a encontrar su sitio en la vida;
los compañeros de viaje con los que se complementen y sean felices;
y los trabajos en los que se sientan útiles y a gusto,
Tic,
toc, tic, toc,…gracias por todo, pero, sobre todo, por esta mujer.
Ayúdanos a querernos siempre, allá dónde estemos,
…y
gracias, también, por tanto que me das; por el rosal de montaña,
las cerezas de Cardós y esta piedra, a la sombra, donde descanso,
mientras escribo esta pequeña oración, al recordado compás de mis
queridos bastones.
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