Nadie
es profeta en su tierra (Lucas 4, 24 y Juan 4, 44), ... ni entre sus seres queridos (Piri).
Desde
que descubrí las maravillas de la marcha nórdica, la practico casi
a diario, y dedico un esfuerzo continuo a su divulgación, convencido
de que la técnica de este deporte es lo mejor que tengo para dar, y
de que dar es mi mejor forma de pasar por este mundo.
Nunca
he estado preocupado por hacer grandes cosas; por dejar una gran obra
para el mundo. Conozco mis limitaciones, y eso lo dejo para los
seres extraordinarios que pasan por aquí que, gracias a Dios, los
hay, y muchos. Yo soy de los de Santa Teresa, que creo que debo
concentrarme más en procurar hacer bien las pequeñas cosas de cada
día (algo a mi alcance), que en intentar grandes cosas, por encima
de mis posibilidades.
Por
todo esto, es por lo que, tras muchos vaivenes (demasiados para mi
gusto), encontré mi equilibrio personal, mi paz interior, en lo que
a la marcha nórdica se refiere, en mis cursitos mensuales de
iniciación, más alguno de perfeccionamiento y de práctica en
montaña, de vez en cuando.
Esto
cursos van normalmente dirigidos a gente de mi entorno, a mi prójimo,
palabra que, según nuestro diccionario, procede del latín proximus
(próximo), y en su acepción 3 define a una persona
respecto de
otra,
consideradas
bajo
el
concepto
de
la
solidaridad
humana.
Entre
este prójimo, objetivo de mis cursos de iniciación a la marcha
nórdica, siempre he procurado incluir a mi familia y mis amigos. Yo
sé bien lo bueno que es este deporte, ¿como no iba a querer
transmitirlo a las personas que más quiero?
Desde
que empecé con este “negocio”, en mis más de ochenta cursos
calculo que debo haber superado ya los 2200 alumnos. Suponiendo que
un 80% de ellos sean de Cartagena, creo que todos los días debería
cruzarme, al menos, con una docena de ellos, … y apenas veo a dos o
tres dando
marcha a sus bastones.
Tampoco
esto me preocupa demasiado. Yo creo que en mis cursos les enseño
todo lo que sé, y trato
de transmitirles
mi fe y mi pasión por este deporte. Pero yo me considero una
persona fundamentalmente respetuosa y, por tanto, entiendo que luego
cada quién haga de su capa un sayo y saque los bastones del
paragüero o los deje allí, durmiendo el sueño de los justos, por
los siglos de los siglos.
Sin
embargo, sí que me duele, y mucho, el ver amigos y familiares en los
que he invertido mi tiempo y mi ilusión por poner a su disposición
esta herramienta de salud que es la marcha nórdica, sufriendo
dolores y enfermedades que podrían haber evitado, o al menos
paliado, si me hubieran hecho un
poco de caso.
Me duele por ellos, y me duele por mí, porque pienso que a pesar de
mi esfuerzo hay algo que estoy haciendo mal, o que podría hacer
mejor.
Mi
querida
mujer,
mi
Pepito Grillo
(la
voz de la conciencia que a
mí me
falta),
dice que es porque no cobro, y lo que no cuesta dinero
no
se valora. Puede que para la generalidad de mis alumnos tenga razón.
De
hecho, para otra labores de voluntariado que he desarrollado
a lo largo de mi ya dilatada vida de pre y jubilado, he podido
comprobarlo, aunque sólo sea para aportar la pequeña cantidad
cobrada como “contribución voluntaria a obras sociales”. Pero,
lo llames como lo llames, me resisto a cobrar por dar/enseñar algo
que yo considero un regalo divino. Para mí sería como una suerte
de simonía.
Quizá
se deba también
a
que no organizo salidas regulares en grupo. Lo he intentado, pero,
no creo que lo que hacemos en
“mogollón”,
al final, sea marcha nórdica. La marcha nórdica exige
concentración en lo que haces: en la técnica bien
ejecutada residen
los beneficios de su práctica. Salir en grupo transforma la marcha
nórdica en una sesión de senderismo, y para eso ya hay más que
suficientes clubes y ocasiones, en los que mis alumnos pueden
participar. Yo los animo a ello, pero les dejo bien clara la
diferencia. Si
quieren dedicar unas horas a la semana a “trabajar” su salud, la
salida en grupo no es lo más aconsejable. Si lo que necesitan es
socializar, entonces es otra cosa, y para eso está el senderismo.
Pero
para mis familiares y amigos prefiero creer que no
se trate de nada de lo anterior, sino más
bien de lo que a Jesús le sucedió en su regreso a Nazaret, cuando
reconocía que nadie es profeta en su tierra (entre los suyos).
O,
quizá
simplemente,
que me falta entrega o ilusión, o capacidad para transmitirla. No
sé. El próximo domingo trataré de echar más carne en el asador.
Y
tú,
¿qué haces ahí sentado leyendo estas comidas de coco mías? Saca
los bastones del paragüero y vete de marcha … nórdica, claro.