Hace ya 11 años que me pasé los Pirineos, de costa a costa, con un par de bastones y una mochila, más llena de ilusiones que de kilos. Hoy, he vuelto recordar todo aquello y, al comprobar que el enlace a los archivos que colgué en la web de mi viejo y querido club de andarines.com ha desaparecido, se me ha ocurrido volver a colgarlo aquí, por si alguien tiene la curiosidad, el tiempo y la fortuna de intentar esta aventura. Lo que sigue es una reproducción de un artículo publicado en la revista Altitud, de la Federación Madrileña de Montañismo, en mayo del 2008.
El Pirineo en 36 jornadas. Un
miembro de la FMM en la GR 11.
Los Pirineos son impresionantes para
un chico que los descubre a los 18 años. Creo que fue en ese
preciso momento cuando comenzó a germinar en mi mente la idea de
recorrerlos en su totalidad. Más tarde, a mediados de los 80,
durante un curso en Estados Unidos, visité la Appalachian Trail y
fue como un reactivo para resucitar aquella idea de 12 años atrás.
Así que, cuando unos años más tarde empecé a oír hablar del GR
11, la idea original fue transformándose en la firme decisión de
intentarlo a la primera oportunidad.
El sendero de Gran Recorrido (GR) 11, también conocido como la “Senda Transpirenaica”, es un itinerario de más de 780 km que recorre los Pirineos a lo largo de toda su extensión, desde el cabo Higuer, en el Guipúzcoa, hasta el cabo de Creus, en Gerona. No es un camino, sino una ruta que discurre por carreteras, caminos, sendas o, simplemente, campo a través, marcada por los característicos trazos blancos y rojos, que no siempre aparecen cuando los necesitas, subiendo unos 40.000 metros de desnivel acumulado, y bajando otros tantos. Para hacernos una idea, es algo así como subir y bajar el Everest 5 veces seguidas, desde el nivel del mar, aunque en el caso del GR 11 nunca se pase de los 3.000 metros de cota.
Y, esa oportunidad llegó a finales de
2006, cuando mis obligaciones laborales y familiares me permitieron
disponer del tiempo que necesitan los sueños para convertirse en
realidad. Así, en noviembre de dicho año comencé un programa de
entrenamiento, imprescindible para convertir un andarín ocasional en
otro preparado para recorrer el GR 11 de una tirada, incrementando la
distancia y las diferencias de nivel recorridas en mis sesiones de
entrenamiento, aumentando progresivamente su frecuencia semanal, y la
carga de equipo transportado, hasta llegar a hacer más de 115 km por
semana, con plena carga, durante los dos últimos meses (ver cuadro
de preparación).
La preparación tuvo lugar,
principalmente, en los alrededores de Aranjuez, en los montes de
Cartagena y en la sierra de Madrid. Durante la misma tuve la
oportunidad de documentar varias rutas (colgadas en andarines.com
junto con una relación
detallada de la travesía), descubriendo paisajes encantadores, que
nunca sospeché tan cercanos y reavivando en mí una verdadera
afición por el senderismo, la montaña y la naturaleza, mantenida
durante muchos años en la trastienda de deberes más perentorios.
Las montañas de Cartagena siguen dándome alegrías y descubriéndome
rincones mágicos; son un lugar muy adecuado para la preparación de
empresas mayores, en el que es fácil realizar recorridos diarios,
variados, en los que se superan los 1500 metros de desnivel
acumulado, con el aliciente de un ocasional y refrescante baño en una cala
solitaria. Los alrededores de Aranjuez no dan para mucho, en
términos montañeros, aunque también incluyan rincones mágicos,
por lo que tuve que redescubrir la sierra de Madrid, un privilegio
para los que vivimos por aquí.
Al mismo tiempo, empecé a preparar el
equipo, que cambió mucho a lo largo de los meses y, sobre todo,
durante las últimas semanas previas a la travesía. Al final
conseguí reducirlo a unos 17,5 kg, de los que 13,5 iban en la
mochila (ver cuadro de equipo).
Otra cuestión a contestar durante la
preparación fue la relativa al número de etapas en las que dividir
el recorrido. Se trataba de resolver una ecuación de dos
incógnitas: recorrido diario y peso a transportar, siendo la primera
una incógnita compleja en la que el desnivel acumulado (de subida y
de bajada) e incluso la pendiente, tenían más peso específico que
la propia distancia reducida a recorrer. Al final, al prescindir de
la tienda de campaña, conseguí reducir las 45 etapas calculadas
inicialmente a 39, que acabarían siendo 36 en mi afán por llegar al
Cabo de Creus.
Las fechas de la travesía fueron el
tercer problema a resolver durante la preparación del viaje. Llegué
a la conclusión de que las mejores fechas serían de mitad junio a
mitad de julio… y acerté: poca lluvia y poco calor, con la nieve
suficientemente blanda para no necesitar equipo especial. Sólo tuve
un par de tormentas, ambas observadas desde el interior de un
confortable y seguro refugio, gracias a mi previsión de empezar mi andadura diaria antes de las 7.00, evitando así el peligroso calor del comienzo de la
tarde en las partes centrales, más altas, de cada etapa.
El esfuerzo requerido fue mayor de lo
que había supuesto, pero la ilusión, la adecuada preparación y,
sobre todo, la auto-convicción de que lo recorrido es más duro que lo
que queda por recorrer, me llevaron a completar la travesía. Algo
tuvieron que ver los estiramientos, masajes, cremas y rodilleras con
los que a diario mimaba mis castigadas piernas, con su medio siglo
bien cumplido.
Lo mejor del GR11 fue la gente que
me encontré. Los Lord (Elvira y Jack), una deliciosa pareja
escocesa con la que compartí cenas e ilusiones. Olaf, el super
andarín, coronel retirado (¡70 increíbles años!) de la
desaparecida RDA, que iba de Creus a ¡Finisterre! El grupo de
Castellón con el que sufrí y disfruté la subida al collado de
Tebarrai y la bajada a Panticosa. El guarda de la Casa de Piedra,
que tanto me animó (y tan bien me alimentó) en mis horas más
bajas. La pareja de israelíes con la que compartí el refugio y la
paz de Angliós. Mariana, mi amable casera de Estaón, con su delicioso filete de potra y sus setas de arrerilla. El club de
pescadores que tan generosamente me integró y alimentó en L’Illa.
El anciano y animoso dueño del hotel Ter, en Setcases, que espero que haya vuelto a
salir con sus perros a cazar el jabalí. Los chicos del legado d’en
Rodri, que rehabilitan y cuidan en refugio de Talaixá. Los dos
británicos que me reconfortaron con pastís francés (¡vaya combinación!) y agradable conversación
en Sant Aniol….y tantos otros. Gracias a todos... , por todo.
Desde luego, también por los paisajes
habría merecido la pena el esfuerzo. Del embrujo de Iratí a la
magia de Els Encantats, pasando por la indescriptible belleza de los
Lagos Azules, los ibones de Anayet, Ordesa, Añisclo, o los estanys
de Ratera, sin olvidar los pueblos de ensueño de Navarra, ni la profusión de iglesias y ermitas románicas
del tramo final, en Gerona. Sólo el Pirineo puede dar tanto y tan
variado en tan corto recorrido.
De la comida no puedo hablar, por
falta de espacio, pero también por esto merece la pena ir al
Pirineo. Gracias a cuantos se esforzaron, noche tras noche, por
alimentarme y recuperarme para la jornada siguiente. Nadie en el
mundo lo habría hecho mejor.
Claro que también hubo etapas duras.
Aunque ninguna fue fácil, las subidas a Tebarrai, Ballibierna y la
portella de Baiau, junto con las bajadas a Panticosa y a Pineta,
fueron los tramos más exigentes, aunque, curiosamente, también
están entre los más hermosos y entrañables. Quizá por eso los he
escogido para un selecto retorno, ahora con algunos compañeros, la
última semana de este mes de junio.
Las moscas, los mosquitos y las
hormigas rojas, incluso las mariposas ¡a millares! también
contribuyeron a la dureza de la travesía. Pero, sin moscas, sin
lluvia, sin calor y con escaleras mecánicas, la montaña parecería
un centro comercial ¿no?
Os animo a todos a intentarlo. Creo
que el GR11, aparte de las satisfacciones que reporta al andarín, al
pasar por Euskadi, Navarra, Aragón, Andorra y Cataluña, también
contribuye de alguna forma a la vertebración de nuestra España, cosa que
nunca está de más. Aunque os volvieseis a los cinco días, habría
merecido la pena. Pero os puedo asegurar que con una buena
preparación y la dosis necesaria de ilusión, lo completaréis…y
nunca lo olvidaréis.
La tarjeta de la Federación resultó
de gran ayuda a la hora de rebajar el coste total de la travesía,
que no llegó a los 2000€, y puede ser mucho menos si optáis por
vivaquear y cocinar, aunque en este caso es posible que necesitéis
algunos días más, al acortar los recorridos diarios debido al mayor
peso a transportar y a la necesidad de secar la tienda antes de
recogerla, cada mañana.
En la página principal de
andarines.com
encontrareis información sobre equipo, detalles y consejos que yo
eché de menos durante mi preparación de la GR11 y que espero sean
de utilidad para los interesados. También incluyo una selección de
fotografías para terminar de animar a los que todavía duden. Y si
aún os quedan preguntas, escribidme a piripon@hotmail.com.
Toda mi corta experiencia está
a vuestra entera disposición.
Aranjuez, a 27 de
mayo de 2008
José Antonio Pérez González (Piri)
piripon@hotmail.com
NOTA DE ACTUALIZACIÓN:
En el enlace siguiente tenéis los consejos y detalles desaparecidos de andarines.com. https://drive.google.com/open?id=1ZluMmu2-fCy90h2LoPLmacBaX_qi1HPz Si tenéis problemas para acceder y estáis interesados, no tengo inconveniente en enviároslos a la dirección que me déis. Hace unos años variaron el recorrido del GR11 a su paso por Navarra, incomprensiblemente sacándolo de la Selva de Irati. La Topoguía del GR11 de la Editorial Prames sigue siendo un buen soporte para quienes quieran intentarlo.
Finalmente, un emocionado y cariñoso recuerdo para mi entrañable amiga, Elvira Yolanda Lord, que hace ahora un año que anda por montes más altos y limpios, aunque cada vez que cojo mis bastones, siga notando su presencia a mi lado.