Llegué a la marcha nórdica casi
por casualidad. A mediados del 2006
comencé a preparar una travesía que hacía años que me ilusionaba: el GR-11, ese
sendero va del Cantábrico al Mediterráneo por los pasos más altos de los
Pirineos, por la vertiente española.
Después de tantos años “haciéndolo” con la cabeza y el corazón, había
llegado el momento en que mis circunstancias personales y familiares me iban a permitir
hacerlo también con las piernas, y ahí estaba el problema, que no sabía si mis
piernas iban a estar a la altura (¡y qué altura!, más de 40000 m de desnivel
acumulado de subida, y otros tantos de bajada).
En Bélgica, dónde vivía por
entonces, yo había visto algunos nórdicos andando con bastones y me pareció que
aquel invento podría serme de ayuda, así que, sin haber oído hablar de la
marcha nórdica, empecé a hacerla.
A los que nos gusta esto del
nordic se nos llena la boca hablando de técnicas y métodos, y puede que
tengamos buenas razones para ello. Sin
embargo, es curioso cómo cualquier mortal, con un mínimo de lógica, averigua la
técnica básica para este deporte a los pocos minutos de agarrar los bastones.
Estaba claro que si quería que
los bastones complementaran la capacidad de mis piernas, tenía que apoyarlos
por detrás del pié contrario, al mismo tiempo que él, y, si quería sacar el
máximo rendimiento de los bastones, tenía que seguir empujando por detrás de la
cadera, para lo cual tenía que abrir la mano, apoyándome en las dragoneras (de
cinta, ya que los bastones eran de trekking).
Para ello, sólo tuve que introducir las manos de abajo a arriba,
agarrando dragoneras y empuñadura como un todo.
Así hice los 840 km de mi GR-11, en 36
etapas. Una travesía inolvidable, que
recomiendo a todo el mundo (todavía guardo mi cuaderno de ruta con toda la
información, por si alguien lo necesita) y que estableció una alianza para toda
la vida entre el que suscribe y los bastones.
Por aquellos años no eran muchos
los andarines/montañeros que andaban con dos bastones, así que mucha gente me
preguntaba y, a la vista de tal inquietud, ya comencé a organizar con mi club
de entonces (andarines.com) sesiones de iniciación a la marcha con bastones, en
la Casa de
Campo. La experiencia fue tan positiva,
que ya no dejé de hacerlo, en Madrid y, más tarde, en Cartagena.
Cuando hace unos años decidí
hacer un par de cursos de instructor de marcha nórdica, por aquello de la
formación continuada, pude confirmar que todo lo que aprendí de forma
autodidacta, años atrás, coincidía con la “enseñanza reglada” que recibí en dichos
cursos, minucias, marketing y métodos aparte.
Y, en llegados a este punto del
relato, el avieso (y ya paciente) lector se preguntará que a cuento de qué viene
todo este rollo. Bien. Aparte de hablar de mi GR-11, cosa que me
encanta, y de animar a todos a que lo hagáis en cuanto podáis, cosa que me
encanta aún más todavía, pretendo dejar constancia, mediante la experiencia
personal de mi acceso a la marcha nórdica, de que esto es mucho más sencillo de
lo que escuelas, asociaciones, federaciones y vendedores de bastones quieren
hacernos creer.
Cierto es, y así lo aclaro aquí y
lo digo a todos mis alumnos, que el concurso de un buen instructor es muy
conveniente para aprender cualquier materia, y ésta no es una excepción. Sin embargo, cuando nos empeñamos en defender
minucias y particularidades de una técnica, o métodos de enseñanza, como la
panacea; cuando intentamos convencer al
mundo mundial de que lo que nosotros enseñamos es lo único bueno y verdadero,
máxime cuando si le quitamos los caireles de la rima y lo aventamos un poco,
como decía el poeta, es exactamente igual que lo que enseña el de al lado
(porque esto no tiene más); cuando les
decimos a nuestros alumnos que no se puede hacer marcha nórdica con bastones de
trekking,
por vender algún bastón más, o simplemente porque es lo que dice mucha gente; cuándo nos dedicamos a descalificar y
desprestigiar al maestro del cole del otro barrio porque enseña
la A antes que
la E, o porque lo enseña en 8 pasos
y no en 9, en lugar de ilusionar y animar a la gente a que disfrute de ese plus
que le dan sus bastones, entonces, digo, lo complicamos todo, lo empozoñamos
todo, desanimamos al personal y conseguimos que muchos dejen los bastones en el
paragüero y digan que la marcha nórdica no es más que una jaula de grillos, que
quieren hacer negocio a costa de incautos.
Utilizando los bastones de forma
racional, con lógica y estando atentos a los mensajes de nuestro propio cuerpo
(cansancio y dolor), cada nuevo marchador podrá disfrutar de esta extraordinaria
actividad física, experimentando con la longitud de sus bastones, con el ritmo,
con la intensidad de la acción sobre el bastón, con la amplitud de sus
movimientos, y ver qué es lo que mejor le va o, simplemente, lo que en ese
momento le apetece.
Es misión de los instructores
enseñar una técnica básica, mostrar las variantes, alertar sobre malos usos y
aconsejar sobre la forma de progresar en la práctica individual, que no es otra
que animar al alumno a experimentar, desde las pautas apuntadas en el párrafo
anterior (racionalidad: lógica y atención a las “luces rojas de aviso”). Con esto, y el teléfono del instructor para
resolver dudas que le puedan surgir, cada iniciado será capaz de llegar a
obtener el máximo de sus bastones. Mucho
más de lo que tenía D. Paulo Coello cuando, en el 2003, tras iniciarse
ilusionado en el nordic walking, descubría asustado lo difícil que nos
empeñamos en hacer algo tan simple, y agradable (por si no loconocéis…
http://www.warriorofthelight.com/espa/edi99_bast.shtml).
Y, ¿de la competición qué? Bueno, correr es sano (de nuevo, de forma
racional), pero ya no estoy seguro de que competir sea igualmente
recomendable. Sin embargo, los humano
somos así. Probablemente, si no hubiera
competiciones, aunque sean “populares”, no correría ni la décima parte de los
que habitualmente lo hacen.
Con la marcha nórdica seguro que
sucede lo mismo. Creo que una de las
razones por las que el número de practicantes en España no experimenta un
aumento exponencial es por la falta de competiciones. Y aquí da igual que sean regladas, populares,
con jueces, de la federación de montaña, la de atletismo o la de bádminton. La competición, nos guste o no, es un
reactivo y un aliciente para la práctica de un deporte, aunque con ella se
falseen y disminuyan muchos de los beneficios de la práctica no competitiva de
esa misma actividad. Así que, si a la
gente le gusta competir, pues que lo prueben, y que sea lo que Dios quiera de la
racionalidad. Volvamos a ella en nuestra
práctica habitual, entrenamiento o como lo queráis llamar, de manera que el
daño de alguna sesión de “ritmo competición” o de las pruebas a las que
concurramos, se compense con las bondades del trabajo día a día.
En cualquier caso, ¡disfrutad de
vuestros bastones!